La invitación para la cena de hoy (que es, sin duda, un honor único) reza así:
El General Intendente suplica á U. tenga la bondad de concurrir á su morada mañana 5 del corriente a las 41/2 de la tarde á tomar la sopa en compañía del señor Cónsul General de Inglaterra Sir Roberto Ker Porter.
Hoy fui a ver varias casas, sucias y caras en extremo. Me temo mucho que no voy a conseguir una habitation sans meubles por menos de £150 o 200 anuales. Son extremadamente escasas. A las 5 vino el señor Mocatta y fuimos a pie, acompañados por el doctor Coxe, a casa del intendente, general Ascalon 1(General Juan Escalona (1768-1833), patriota destacado desde 1810. Fue uno de los miembros del triunvirato que constituyó el Supremo Poder Ejecutivo aquel año. Ver: Azpúrua, Ramón. Biografías de hombres notables. 1877. Vol. 1), cuya residencia está casi frente a la posada donde estamos viviendo. Fuimos recibidos en un apartamento de la planta baja por S. E.; la mayoría de las personas que constituyen las autoridades estaban presentes, además de algunos caballeros militares y otros. Procuraré conseguir una lista de todos ellos. Se había preparado para mí una silla con aspecto de trono y, una vez sentado, fui presentado a los de mayor importancia en la fiesta. La habitación donde estábamos carecía totalmente de muebles, aparte de las sillas, y, como la mayoría de las de la ciudad, tenía el piso recubierto de ladrillos o baldosas. Al cabo de una hora aproximadamente se anunció la cena y subimos la gran escalera hasta una espaciosa habitación, donde la mesa aparecía cubierta con una profusión de toda clase de asados, estofados, y platos de varias clases, la mayoría de los cuales estaban fuertemente adobados con ajo. También se habían traído de La Guaira para el festín pescados llamados pargo y carite, requiriendo cuidado y gasto pues es casi imposible conservarlos sin que se pudran. En una habitación cercana había cerveza y bebidas alcohólicas (como el skal de los países septentrionales), y después de haber tomado este pequeño motivo de excitación, empezó el ataque general a los montones de carne, pudines y pasteles, colocados a lo largo de la mesa. No faltaba el vino: en face des convives había cantidades de botellas de clarete y lo que se denominaba Madeira. Su excelencia se esmeraba en ver que yo comiese la mayor cantidad posible de viandas.
Yo estaba sentado al lado de un señor o Mr. Malony 2(«Mister o señor Malony» en el original. R. K. P. parece expresar así su vacilación en cuanto a la nacionalidad del tal señor Malony), quien hablaba un inglés excelente. Es de ascendencia irlandesa y en sus años mozos obtuvo sus primeros principios de educación en Irlanda. Su tutor fue el padre O'Quickly (el cura traidor que sufrió su castigo en Maidstone, implicado con Arthur O'Connor), de modo que pronto se impregnó de esas opiniones liberales, que con tanto éxito ha desarrollado para ayudar a este país en la causa de su independencia. Después de haber causado grandes estragos en todo lo que estaba frente a nosotros, el intendente dio una señal, nos levantamos y nos retiramos al espacioso corredor que rodeaba el patio, donde los invitados se dedicaron a conversar y fumar cigarros puros. Esta maniobra tenía por objeto dar a los sirvientes tiempo suficiente de llevar las sillas y los vasos a otro salón, para reanudar la cena. Después de haber concedido el tiempo necesario para este nuevo arreglo, S. E. me condujo a la habitación donde había otra mesa no menos repleta de toda clase de frutas de la estación, así como de cualquier otra susceptible de ser conservada (pues la ciudad es célebre tanto por sus dulces como por sus patriotas). El centro estaba adornado con una agradabilísima exhibición consistente en una cinta de color púrpura real, con la inscripción «Al Cónsul General de Inglaterra en la República de Colombia», cuyos dos extremos eran sostenidos por dos figuras en cera de indios nativos, de pie bajo las ramas del árbol de cacao o de pan, supongo que emblemáticos de la riqueza, mientras que su centro estaba sostenido por un alto árbol de la libertad. Había profusión de Madeira en la mesa y pronto se lanzó sobre toda la compañía una tremenda descarga de champagne en honor de los brindis que iban a principiar. Su excelencia, al ver que todos los vasos estaban llenos, brindó «¡Por el Rey de la Gran Bretaña!» con 9 vivas y, después de un corto intervalo, durante el cual los dulces fueron muy codiciados, «¡Por la República de Colombia!» – con los consiguientes vivas y luego siguió su tercer brindis «¡Al Cónsul General de Inglaterra!», con 9 vivas. Esta ceremonia no estuvo tan animada como yo había esperado, en líneas generales, pero como parecía una tosca imitación de una cena pública inglesa, era excusable. Tocándome el turno a mí, según me enteré por mi vecino irlandés, de hacer un número igual de brindis, lo hice «¡Por el Libertador Simón Bolívar, Presidente de la República: uno de los más grandes guerreros, patriotas y estadistas que haya dado nación alguna!», con 9 vivas. Prosperidad para la república fue mi segundo brindis, y que toda grandeza, honor y prosperidad que pueda alcanzar una nación recaigan sobre Colombia. Mi tercero fue de agradecimiento por el honor que me habían hecho su excelencia y el resto de la compañía al brindar por mi salud. Al intendente debo expresar mi sincero reconocimiento, no solo por la magnificencia y esplendor con los que me agasajó, sino también por haber tenido la fortuna de ver en el hombre que desempeñaba ese alto cargo, un patriota tan puro y leal. Patriota al cual la república debía tanto por el ejemplo que había ofrecido su vida llena de peligros y sacrificios por el bien público.
Lamenté no poder expresar en el idioma español lo muy halagado que me sentía al haber sido designado por el Gobierno británico para llenar el cargo que ahora desempeño, en una de las más ilustradas y patrióticas ciudades de la república, y que, hasta donde pudieran alcanzar mis humildes esfuerzos para cimentar la amistad tan general y sinceramente sentida en mi país por Colombia, lo haría en todo momento con el mayor de los celos. Luego me honré en proponer un brindis por su excelencia. El general Arismendi (un conocido personaje patriótico) brindó por la nación de Gran Bretaña. Di las gracias con unos breves y amistosos cumplidos. Luego comenzó el largo discurso y brindis de cada hombre, más que nada patrióticos, casi siempre con alguna alusión a Inglaterra, su liberalidad, amistad, etc., etc. Un tal doctor Mendoza atacó con gran vehemencia e insultos a la Sagrada Alianza. Estos patriotas apenas saben cuán poco ocupan Colombia y sus individuos los actos o pensamientos de quienes componen este pacto. Hacia las nueve nos levantamos muy solemnemente, tomamos café y licores en una tercera habitación y, rindiendo mi homenaje al gobernador, me retiré a mi hotel, enfermo, habiéndome sentido mal durante toda la mañana. El señor Malony fue quien tradujo lo que dije a quienes en la fiesta ignoraban el inglés, pero como yo entendía casi todo lo que decía, me percaté de que lo hacía poco ceñido al original y acortándolo con las palabras etc., etc. Dice que se imprimirán todas las ocurrencias del día, de modo que debo estar pendiente de lo que haya puesto en mis labios.