Ocupado escribiendo hasta las 12. Fui a apurar al coronel M[ac] L[aughlin]. con relación a la casa. Me encontré con el señor Mocatta, que parecía estar de un humor de perros por culpa de una orden, supuestamente recibida, de que el doblón habrá de valer 16 dólares en lugar de los 18 que valía hasta ahora. En cualquier otra parte, excepto aquí y en Angostura, el valor es de 16. ¡Me dice que los comerciantes se proponen oponerse a la orden! Entonces, igual pueden objetar cualquier otra ley proveniente de la sede del Gobierno. Los comerciantes colombianos de la ciudad, enterados de esto, volaron hacia sus acreedores y les pagaron en doblones a 18, pero el señor Mocatta me dice que aquellos a quienes les debía dinero él, por productos adquiridos, se los cobraron al precio acostumbrado —no muy honorablemente—. Pero, me atrevo a decir que esto está tolerado en gran medida en los «oficios», pues sin lugar a equivocarse así pueden llamarse todas las transacciones mercantiles que ahora se hacen en esta regenerante parte del mundo. Por la tarde vino a verme un tal señor Redhead, quien está en este país desde hace algún tiempo dedicado a la especulación en tierras. Me pidió que le extendiese un certificado de súbdito británico para protegerse de los corsarios españoles que rondan frente a la costa, pues va de viaje a Cumaná. Pasé la velada con la señora O’Callaghan, la Safo mercantil de los extranjeros.