Como el chantajista e inflexible mesonero se dirigió al coronel S[topford] para decirle que si no recibía el dinero quedaría arruinado y se vería obligado a cerrar su posada, fui inmediatamente a ver a la persona que tenía el embargo sobre el dinero y se lo hice levantar. Luego acompañé al señor Mocatta a la alcaldía y le pagamos al alcalde la suma total, para que a su vez se la pagase al hombre, cosa que se hizo más tarde. Así terminó este asunto, con una buena lección: no ser indulgente, no hacer lo que yo nunca debí haber hecho, y también: en este país, discutir de antemano todos los precios. Cené en casa del señor Mocatta. Vinieron tres señoras españolas, muy agradables, durante la velada: las señoras Rojas.