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Capítulo II Venezuela tierra turbulenta
1825 noviembre 27 - 1827 enero 07
Venezuela tierra turbulenta
1825 noviembre 27 - 1827 enero 07
Subcapítulos
Caracas

Hoy vi uno o dos periódicos ingleses que había recibido el coronel Stopford. En el Morning Chronicle y otro se decía que el emperador había sido asesinado. ¡Dios mío!, no puede ser posible. Que un ser como él haya caído bajo la mano de un [asesino, no] puede creerse, ni que así sean las decisiones divinas. Que haya sido liquidado así un hombre lleno de caridad y religión, cuya situación le daba el poder de hacer sentir los resultados benditos de ambas a tantos millares de personas, y cuyo gran objetivo en la vida era el de instruir y ayudar a la raza humana; y que un tirano infiel, sediento de sangre, opresor, como Napoleón, haya fallecido en paz (con tantos millones de muertos sobre su conciencia), disfrutando de más bendiciones de las que pueda merecer tan despreciable persona, no parece creíble. Alejandro en sus últimos momentos nunca debió sufrir un fin tan cruel, tan infamemente desagradecido, como el cuchillo del asesino, por toda la paternal protección y cuidado que tan incesantemente había dispensado a sus súbditos. No puedo quitarme de la cabeza las muchas demostraciones con que me honró cuando nos veíamos en Zarsko-zelo. Mi última entrevista en los jardines, sus afectuosas, fraternales podría decir, seguridades de estima y consideración para mí y mi querida familia, las llevo grabadas en el corazón, y cómo iba yo a pensar que sería su último abrazo el que tan calurosamente me dio al despedirme de él. Cuando pienso en ello, me hiela con el dolor más atroz la idea de que mi benefactor, mi amigo, ya no existe. Cuando se alejó de mí su majestad, tuve un extraño presentimiento, y con lágrimas en los ojos me dije que había hecho mis adioses a mi ilustre benefactor y que quizás no volveríamos a vernos nunca más. Pasarán muchos, muchos meses, antes de que me reponga de lo que siento en todo momento. Esta noche estuve una hora en casa del señor Stopford. Conocí a un tal señor Litchfield, el cónsul americano en Puerto Cabello.

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