Hoy la municipalidad ofrece una comida al presidente. Ha asistido un vasto número de personas, y como todas las comidas públicas de este tipo, estuvo opresivamente calurosa, atestada de gente e incómoda. Un comerciante americano de nombre Foster se emborrachó antes de los postres y se portó de manera tan indecente como para deshonrarse y deshonrar a su país. Es una desgracia para Inglaterra que esta gente hable su idioma, pero tuve buen cuidado de explicar a todos los que estaban cerca de mí que ese animal no era inglés. Como es costumbre en todas las comidas de este país, abandonamos la mesa llena de viandas mutiladas de todas clases y pasamos a otro gran salón donde había una mesa de iguales dimensiones cargada de postres consistentes en todas las frutas que podía dar la temporada, además de tortas, pudines, dulces y otras cien mixturas ingeniosas, que llevan el nombre común de dulces. Bolívar y Páez, de nuevo, ocuparon juntos la cabecera de la mesa. El Libertador hizo un discurso largo y elocuente sobre sí mismo y las tres Repúblicas de esta parte de Sudamérica que le deben su existencia, y luego se refirió al carácter de Páez y su conducta, terminando con un abrazo al segundo héroe de Colombia y diciendo, como lo había dicho en su carta de Puerto Cabello a él, que en lugar de ser culpable por su conducta en los recientes acontecimientos debía ser aclamado como salvador del país. Se acercaba el final de la fiesta, que literalmente fue una serie de discursos de varias personas, cuyo total se redujo a: ¡Bolívar, Bolívar! ¡Inmortal Bolívar! ¡Libertador! ¡El más grande héroe de la época y del Universo! Algunos llegaron al punto de concederle honores divinos. Había gente detrás de él que, de vez en cuando, cantaba a voz en grito sus glorias con iguales epítetos, de modo que no creo que ningún soberano, grande o pequeño, haya sido jamás tan abrumado de adulación y disparatada hipocresía. No digo que no merezca todo lo que se dice de él, por su magnanimidad, talentos y virtudes como jefe político, ¡no!, pero esta gente es demasiado incivilizada como para saber moderar sus expresiones de alegría o circunscribir sus sobrecargados sentimientos de adulación. Hacia el final de esta serie de laudïtes [sic] entró una hermosa niña de 13 o 14 años, supongo que representando alguna ninfa o diosa —nada preciso— y llevando una hoja de palma y una corona de laurel, entremezclada con rosas, etc. La adorable criatura (pues era verdaderamente bonita) fue a sentarse en una silla de altos brazos entre los dos jefes, y se dirigió a Bolívar en estilo antiguo, primero entregándole la hoja de palma y luego la corona. Cuando hubo terminado sonaron los aplausos por encima de los dulces y los fluidos, y en verdad el aire parecía tan enrarecido, o las botellas de champagne de la mesa tan ansiosas de ser bebidas, que varios de sus tapones se dispararon, sonando sus diminutas explosiones entre los vivas y derramándose su lava vinosa como si fueran jóvenes Chimborazos #001-0182 Tan pronto como disminuyó algo esta efusión de afecto patriótico, S. E. se subió a su silla forrada de carmesí e hizo un muy enérgico y elegante discurso, apropiado y hermoso, lanzando primero la hoja de palma a la gente como símbolo de lo que suponía haberles traído: ¡paz y unión! En ese momento pude ver que las lágrimas le brillaban en los ojos. Se deshizo de la corona en forma similar: primero dijo que no era para él, y que debía entregarla al poder al que verdaderamente pertenecía, ¡a la soberanía del pueblo!, y a continuación, igual como había hecho con la hoja de palma, se la lanzó a la multitud. Hubo hurras, gritos, abrazos, vivas y otras muestras de alegría por todo el salón, y así terminó el evento. Continuaron las iluminaciones y todo el ruido de estos regocijos, y deben seguir durante ocho días a partir del 10. Al regresar a casa encontré cartas del capitán Chambers del buque de guerra Druid, anunciando su llegada una vez más a La Guaira, en vista de lo cual el capitán Vernon decidió regresar mañana temprano. Termómetro, 21 a las 7 y 22 a las 4. No ha llovido.