Anoche sucedió una cosa de naturaleza doméstica que demuestra claramente la degradación de todo sentimiento del corazón humano, carácter este muy general, si bien en grado menor, de la gran masa del pueblo de este país. Un tal señor Valdez, hijo de una de las mejores familias de Caracas, cuyas hermanas y otros parientes están casados con miembros de la clase más alta del lugar, tenía la más estricta intimidad con un francés de nombre Marquise instalado aquí por negocios. Hacia las doce de la noche, el señor Valdez llamó a la puerta de su amigo, el cual, al saber quién venía a verle a hora tan avanzada, le hizo entrar, y este le contó que había estado en una fiesta y no quería molestar la casa de su madre a esa hora, ya que tenía la seguridad de que [su amigo] le daría cama. El bueno del francés con sus mismas manos le dio su propio colchón y vio que todo estuviera cómodo para su visitante. Pero apenas se había quedado dormido le despertó algo que le estaba golpeando el cuerpo. Se incorporó y recibió otro golpe de machete, que le cortó parte del cuero cabelludo y el cabello: el primero le había perforado la barriga. Para entonces ya se había levantado de la cama y llamaba a gritos a su amigo diciéndole que le estaba atacando un asesino, corriendo al mismo tiempo hasta la cama de su amigo en el cuarto contiguo; pero este no estaba, y viéndose perseguido por el villano le hizo frente y, con mejor luz, halló, para sorpresa suya, que era el propio señor Valdez. «¡Por Dios!» —le dijo— «¿qué te he hecho? ¿Acaso me quieres matar?», y el otro le contestó: «No, estoy loco.». El francés se dejó caer en una silla respondiendo: «Entonces no tengo nada que decir». Apenas se había sentado cuando el rufián reanudó sus ataques, y el otro trató de defenderse gritando «Asesino» durante la pelea. Una mujer que pasaba por la calle oyó el ruido y corrió a la guardia cercana, trayendo un oficial y un grupo de hombres que, al penetrar por la fuerza en la casa, encontraron al señor Marquise cubierto de sangre y heridas, de las que había recibido más de veinte en el infame ataque. El asesino fue inmovilizado y llevado al puesto de guardia. Por supuesto no podía negar el hecho de sus intenciones asesinas, pero no decía el motivo. En el cuarto se halló un par de zapatos de los que usan los soldados, que él confesó haber traído. El machete era de la casa, por lo tanto, por su intimidad con ella, bien sabía dónde encontrarlo. El herido dice que eran amigos íntimos y nunca habían tenido desavenencia alguna, pero teme que todo puede haber surgido de que le había dicho que tenía en su casa una suma considerable de dinero en oro, que iba a despachar a Francia al día siguiente, por cuestión de negocios; y como sabía que al señor Valdez su familia le había negado permiso para casarse hacía poco tiempo porque no tenía recursos, cree que su objetivo era el de conseguir el oro en cuestión, y al dejar atrás los zapatos antes dichos podría surgir la suposición de que el autor había sido un soldado, permitiendo así que el verdadero y respetable asesino escapase. Al enterarse del vergonzoso y lamentable hecho el Libertador dijo que deseaba y esperaba que la ley diera un ejemplo con este malvado y que no hubiera favoritismo ni piedad para él, pero agregó que habiendo tantos parientes, compadres y comadres entre nosotros, y tantos subterfugios en la ley, mientras se siga permitiendo que estos absurdos e injustos sentimientos tengan influencia, nunca se podrá administrar justicia imparcialmente: de modo que me temo que no lo van a castigar. Esto muestra la muy clara idea que S. E. tiene de la fuerza de las leyes y de los sentimientos de justicia de quienes las administran.
El coronel Wilson cenó conmigo. Velada en casa de Stopford. Mejora mi cabeza. No hay lluvia. Termómetro 21 a las 7 y 23 a las 4.