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Capítulo III La última estancia de Bolívar en Caracas
1827 enero 08 - julio 05
La última estancia de Bolívar en Caracas
1827 enero 08 - julio 05
Caracas

Fui a casa del Libertador a la 1 y terminé el dibujito que estoy haciendo de él. Mientras yo estaba ocupado me entretuvo e interesó mucho relatándome acontecimientos relacionados con él durante la marcha de la revolución y con respecto a los providenciales escapes de asesinato y de caer en manos de los españoles, así como de sus reflexiones sobre ellos. Parece tener un fuerte matiz de predestinación. Después de relatar varios hechos ya bien conocidos tanto en su país como en la isla de Margarita y en Jamaica, donde otros cayeron bajo la mano del asesino en su lugar, me contó un pequeño episodio galante que, si no hubiera sido por un presentimiento, le hubiese costado la vida. Durante la revolución, y [después de] una derrota de los revolucionarios, su general huyó por los llanos acompañado solamente por un oficial y un sirviente. Hizo un alto en el camino en casa de un conocido para darle un respiro a sus cansadas bestias y sus acompañantes. El dueño de la mansión tenía una hija a la que el jefe le había puesto un ojo amoroso más de una vez durante las visitas casuales que había hecho al lugar en el curso de su campaña; y al verla se renovaron sus anhelos. La buena moza manifestó una simpatía y sentimientos más que usuales por el guerrero y le incitó a quedarse a pasar la noche para que sus bestias estuvieran más dispuestas a seguir camino por la mañana. El dijo que era imposible pues estaba ansioso de cruzar los llanos para unirse a un grupo de revolucionarios que, él lo sabía, solo esperaban que llegase para tomar el mando y con quienes estaba seguro de frenar el poder de los españoles. Ella usó todos los argumentos de que disponía y, a fin de retrasarle unas pocas horas, ofreció pasar la noche con él. La tentación era demasiado seductora, pues, de paso, su excelencia hacía 15 años que era conocido por su galantería, y aceptó. La astuta moza fijó las diez como hora, cuando ya todos estarían sumidos en el sueño. Poco después de ponerse el sol de la tarde, y a fin de estar en mejores condiciones de entregar su amor, el general se fue a descansar; pero no pudo hacer que un ojo le obedeciera: se revolvía, refunfuñaba, y se sentía más agitado que nunca, y más de una vez maldijo el momento en que se había dejado llevar por razones ridículas para demorar el cumplimiento de objetivos más caros a su reputación y honor: pero el amor y su palabra le mantuvieron inmóvil. Hora tras hora se iba poniendo más nervioso y molesto y, como dijo, con sensaciones que no podía ni describir ni analizar. Miró el reloj y eran las ocho: todavía faltaban dos largas horas. Pero abrumado por estas sensaciones se levantó, pidió sus caballos y a los diez minutos cabalgaba hacia el grupo de patriotas.

A la hora fijada, la doncella fue a la habitación del Libertador, pero no sola. En el ínterin había ido a caballo a un puesto cercano ocupado por un destacamento español, y regresado unos minutos antes de la hora de la cita, en compañía de veinte dragones. ¿Qué decir de esto?, preguntó. O la mano de la Providencia me ha protegido hasta ahora en cada ocasión como esta, o es que estoy predestinado.

Estuve todo el día con él. Hablamos del emperador Alejandro, sobre cuyo carácter y virtudes me explayé como lo merecía su amado recuerdo. Salimos a cabalgar por la tarde. No ha llovido. Termómetro, 21 a las 7 y 23 a las 4.

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