Acabo de pintar mi casa, y el olor era tan fuerte que me vi obligado a hacer del de hoy un día de holgazanería y pesadez, realizando unas cuantas visitas estúpidas. Por la noche fui a casa de la señora Lewis, una mujer inglesa casada con un comerciante inglés de tercera categoría que acaba de viajar a Inglaterra porque el socio que tiene allí le ha robado. Antes de irse me pidió que le diera protección a su esposa, en caso de que la quisiera. Esta señora, miembro de la colonia mercantil, es hija de un pescadero judío de la City, que vive en un callejón cerca de Cornhill. Toca admirablemente el piano forte y creo que debe haberse iniciado en la vida como maestra de este instrumento. Estaban también una dama nativa y sus hijas, la señora Ribas, de una de las más antiguas y acaudaladas familias de Caracas. Las hijas son sencillas y muy poco cultas, y se me ocurre que deben de fumar cigarros en privado. Tocan un poco el piano y, seguramente, el arpa del país. Pues hay pocas de este sexo que no posean la facultad, o mejor, los conocimientos, para sacarle un poco de música a cualquiera de estos dos instrumentos. Y es cierto que pocas veces he pasado por delante de una sucia choza sin que de ella salieran las notas del arpa, y al mirar por la ventana me he encontrado con la devota de Santa Cecilia, negra o morena, medio desnuda, rodeada por cuatro o cinco mocosos con aspecto de sapo, igualmente desarropados. Nada nuevo. Se dice que Páez está mejor y se ha embarcado con destino a La Guaira. Termómetro, 21° a las 7, 24 a las 12 y 23, a las 4. No llueve. De modo que puede decirse que ya ha hecho su entrada nuestro invierno y el buen tiempo.