Uno de los inútiles soldados ingleses inválidos y borrachos, entró silenciosamente en la oficina, encontrando todas las puertas abiertas y ausente al señor Lievesly, quien descuidadamente había dejado su reloj en la mesa, y tranquilamente se lo llevó. Otro de estos héroes, ahora convertido en carnicero, descubrió que lo llevaba puesto un zapatero, quien se lo había comprado al delincuente. Suerte que tuvo el señor L., a quien más de una vez le había avisado yo de su negligencia al dejar su reloj en cualquier sitio. Mañana deben comparecer todos ante mí, pero como la justicia aún no ha puesto pie en Colombia, y la ley es lenta, cara e improductiva para el robado, supongo que mi secretario se embolsillará su reloj, pagará los once dólares que le costó al devoto de Crispin #001-0308, y le contará al funcionario que se le perdió una sortija de siete guineas y un palillo de plata. El delincuente debería ser colgado y verdaderamente se merece ir al infierno, o un castigo peor. La flota española sigue frente a La Guaira, aunque un poco a barlovento. No obstante, los delegados a la Gran Convención se escurrieron hacia sotavento en una goleta rápida, y si no encuentran enemigos en esa dirección, llegarán a Santa Marta o Cartagena en tres o cuatro días. El doctor Smith comió conmigo. Fui con el señor Stopford y varias otras personas a casa de un coronel para ver una cosa que llaman nacimiento, o representación del nacimiento de Cristo. Es un horror: una colección de juguetitos alemanes que, movidos por un canalito de agua corriente en una habitación separada: soldados, molinos de viento, lavanderas, monstruos con cabezotas, patos, pelícanos y bestias salvajes, activan sus mecanismos de llamada y sobrevivencia. Casas e iglesias de cartón cubren aquí y allá la tarima de madera de este ejemplo de disparate e infantilismo humanos a edad avanzada. En una construcción de papel hay una representación hecha con muñecas, de la Virgen, el Salvador y los Reyes Magos, y colgados de clavitos en la puerta hay 4 o 5 ángeles con camisones rosados de seda y sandalias, cada uno de ellos equipado con un instrumento musical, desde el cello a los címbalos y el bombo. La verdad es que me avergoncé de mi propia estupidez al contemplar siquiera un segundo semejante barbaridad. El autor, coleccionista y propietario es un coronel retirado de unos 60 años: hay velas, aceite y agua maloliente, la cual, supongo, habrá circulado o recirculado por lo menos 500 veces. Esta cosa, se llama aquí un Nacimiento vivo y es una especie de drama sagrado que interpretan en casas particulares los negros, sus amos y otras personas. Nunca pude lograr que mis sentidos soportaran esta congregación de olores. Termómetro, 18° a las 6, 22 a las 12 y 21 a las 4.