Esta mañana vino a verme una anciana de una de las más respetables familias, ¡a mendigar!, y lo hizo con una dosis de sangre fría que no hubiera esperado. Pertenece a lo más respetable de la gente republicana y tiene una hija linda, pero como el espectro de la pobreza recorre lúgubremente la ciudad, y actualmente la adversidad privada tanto como pública es mayor que nunca, no es sorprendente encontrarse con que las señoras mayores se dediquen a mendigar y las jóvenes a una más agradable forma de obtener fondos para vivir y vestir. Se me ocurre que pocas ciudades de su tamaño pueden alardear de mayor cantidad de aficionados en una profesión que, en Londres y París, se ha vuelto un estorbo público, y un fastidio para los sentimientos y el decoro. Por la causa antedicha, así como por uno de los usos podridos de su religión, en Caracas no se encuentran profesionales, o establecimientos de mujeres. Sin embargo no son pocas las hienas que tienen un sistema de corretaje, como si fueran agentes, diría yo, lo que resulta extremadamente útil para sus clientes de ambos sexos. Se me ocurre que este sistema debe mantener siempre lleno por las noches el tenderete de la Catedral. El señor Hurry sigue conmigo. Velada en casa de la señora Stopford. Conocí a varias mujeres criollas. Una de las razones por las cuales los extranjeros hacen tan pocas visitas a las casas nativas, es que, después de la tercera, casi siempre se les pide dinero y nunca se les devuelve, máxime cuando no hay prueba de ello.