Hoy llegó el correo de Bogotá fechado hasta el 28 de agosto, junto con la alocución del Libertador al pueblo de Colombia y el proyecto de su nuevo gobierno. Mi amigo el coronel Wilson debía salir de la capital rumbo a Europa al día siguiente. Que Dios le lleve sano y salvo. He aquí la proclama de S. E.:
¡Colombianos! Las voluntades públicas se habían expresado enérgicamente por las reformas políticas de la Nación: el Cuerpo Legislativo cedió a vuestros votos mandando convocar la Gran Convención, para que los representantes del pueblo cumplieran con sus deseos, constituyendo la República conforme a nuestras creencias, a nuestras inclinaciones y a nuestras necesidades: nada quería el pueblo que fuera ajeno de su propia esencia. Las esperanzas de todos se vieron, no obstante, burladas en la Gran Convención, que al fin tuvo que disolverse, porque, dóciles unos a las peticiones de la mayoría se empeñaban otros en dar las leyes que su conciencia o sus opiniones les dictaban. La Constitución de la República ya no tenía fuerza de ley para los más; porque aun la misma Convención la había anulado, decretando unánimemente la urgencia de su reforma. Penetrado el pueblo entonces de la gravedad de los males que rodeaban su existencia, reasumió la parte de los derechos que había delegado; y usando desde luego de la plenitud de su soberanía, proveyó por sí mismo a su seguridad futura. El Soberano quiso honrarme con el título de su ministro y me autorizó, además, para que ejecutara sus mandamientos. Mi carácter de Primer Magistrado me impuso la obligación de obedecerle, y servirle aun más allá de lo que la posibilidad me permitiera. No he podido por manera alguna denegarme, en momento tan solemne, al cumplimiento de la confianza nacional; de esta confianza que me oprime con una gloria inmensa, aunque al mismo tiempo me anonada haciéndome aparecer cual soy.
¡Colombianos!— Me obligo a obedecer estrictamente vuestros legítimos deseos: protegeré vuestra sagrada religión como la fe de todos los colombianos, y el código de los buenos mandaré haceros justicia por ser la primera ley de la naturaleza y la garantía universal de los ciudadanos. Será la economía de las rentas nacionales el cuidado preferente de vuestros servidores; nos esmeraremos por desempeñar las obligaciones de Colombia con el extranjero generoso. Yo, en fin, no retendré la autoridad Suprema sino hasta el día que me mandéis devolverla, y si antes no disponéis otra cosa, convocaré dentro de un año la Representación Nacional.
¡Colombianos! — No os diré nada de libertad; porque si cumplo mis promesas seréis más que libres, seréis respetados; además, bajo la dictadura, ¿quien puede hablar de libertad? ¡Compadezcámonos mutuamente del pueblo que obedece y del hombre que manda solo! Bogotá, a 27 de Agosto de 1828. Bolívar.
Así pues la nación tiene un adelanto de su gobierno futuro, y confío que será aprobado, pero no sé qué locura o política oculta puede hacer hablar al Libertador de otra gran reunión nacional en 1830. Creo que, con la última, el país ya ha tenido suficiente, y por qué despertar una perspectiva de descontento. Hoy llovió a torrentes durante seis horas, con truenos y rayos. El coronel Rola cenó con nosotros.