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Capítulo IV Páez, el hombre fuerte
1827 julio 06 - 1829 diciembre 31
Páez, el hombre fuerte
1827 julio 06 - 1829 diciembre 31
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Caracas

Anoche llegó el correo de Bogotá con noticias hasta el 28 de septiembre, en cuya mañana cinco de las personas involucradas en la reciente conspiración habían sido pasadas por las armas, a saber Horment, Zulaivar, Galindo, Silva y López. He aquí el relato del asunto, según la Gaceta de Colombia del 28 de septiembre:

Quienes de alguna forma habían intentado antes medios más o menos efectivos de destruir la República y su guardián, intentaron el más atroz la noche del 25 del corriente. La Guarnición de esta ciudad se compone del primer escuadrón de Granaderos Montados, el Batallón Vargas y una brigada de Artillería, y los conspiradores se ganaron la brigada y la hicieron la base de sus operaciones. Como se había convenido en una reunión sostenida a las 8 de esa misma noche, parte de la artillería habría de atacar el palacio; otra la Guarnición Vargas, donde se mantenían algunos prisioneros, y otra la de los Granaderos. Los que iban a atacar al Vargas tenían que subdividirse y, al mismo tiempo, liberar al general Padilla, para dirigir la empresa parricida. Debido a la distancia y a su importancia propia, se prefirió empezar el ataque asaltando el palacio. Esto fue ejecutado por el comandante Carujo, Horment, Florentino González, capitán López y Wenceslao Zulaivar, que encabezaban a los asesinos. Horment, con sus propias manos, hirió mortalmente tres centinelas y, seguido por otros, subió a las salas altas donde, a pesar de su juventud, un ordenanza del Libertador bravamente les hizo frente, hasta que cayó de un sablazo que le hirió en la mano derecha; los demás pudieron penetrar en el dormitorio de S. E. Este iba a salir a hacerles frente pero, solo como estaba contra todos los conspiradores, intentó hacerse fuerte en su alcoba y, por fin, no pudiendo resistir más, desapareció por un balcón y, recorriendo parte de la ciudad, logró llegar a la Guarnición Vargas. El ataque contra esta guarnición había empezado al tenerse noticias del palacio. El comandante Silva lo encabezaba, dirigiendo un cañón contra la puerta, pero los centinelas mantuvieron su puesto firmemente y ayudados por los soldados del mismo batallón, quienes también disparaban desde las ventanas altas contra los invasores con la poca munición que tenían, rechazaron a los conspiradores, les quitaron el cañón, y los persiguieron en distintas direcciones. Para entonces algunos de los artilleros bajo las órdenes de los capitanes Emigdio Briceño y Rafael Mendoza habían conseguido llegar a la prisión del general Padilla y, habiendo alcanzado la habitación del general, sorprendieron al coronel Bolívar en la cama y le dieron un tiro de pistola en el pecho. El bravo coronel Bolívar murió a manos de hombres que nunca habían enfrentado el enemigo. Lo atacaron indefenso, que así solo se atrevieron a atacarlo. Murió al lado del general Padilla quien, lejos de protegerle, ¡¡se hizo a un lado para dejar espacio a los asesinos!!

Cuando los invasores se marchaban del palacio, el coronel Ferguson, edecán del Libertador; se los encontró en la puerta. Al empezar el desorden este digno soldado había salido corriendo de su pensión y, al llegar, el comandante Carujo, cuyo ascenso aquel había respaldado con vigor recientemente, le disparó al pecho con una pistola. El coronel Ferguson se había enfrentado a la furia del enemigo en cien batallas, pues nos había acompañado en la guerra desde 1818. La serenidad que le había protegido en el campo de batalla no pudo salvarle de las balas de un traidor. Su coraje le hizo correr al puesto adonde su deber y su valor le habían llevado.

Una de las bandas del Vargas que salieron a perseguir a los artilleros fugitivos marchaba al mando del teniente' class='cs6-c entry-index'>teniente Torrealva quien, habiendo sido detenido allí, ayudó efectivamente al oficial de guardia a mantener el puesto. El peligro en que se hallaba el palacio impulsó a Torrealva a ir allí preferentemente, y cuando se le agotaron las pocas municiones que llevaba en la lucha contra los conspiradores que lo ocupaban, tuvo que regresar a por más suministros a la guarnición. Entonces, el señor general Urdaneta, ministro de la guerra, se les unió, y habiéndose impuesto de todos los acontecimientos por el comandante Whittle, ordenó que se suministrasen municiones al cuerpo y, poniéndose al mando, marchó sobre el palacio. Encontrándolo abandonado, se estableció en la plaza principal y desde allí ordenó la defensa de la ciudad y la persecución de los enemigos. El general París, general comandante del departamento, acompañó al ministro de la guerra desde el mismo momento en que este encontró al grupo del Vargas y, en la plaza, se le unió el Intendente Herrán quien, habiendo llegado al palacio temprano, estuvo en manos de los traidores algún tiempo, y más tarde se le unieron los generales Córdova, Vélez y Ortega.

Cada uno de ellos estuvo sucesivamente ocupado en distintas comisiones. En una de ellas el general Córdova tuvo la fortuna de encontrar a Carujo, con quien iban dieciséis artilleros, y no creyendo que fuera un conspirador; le pidió que se los entregara. Con ellos luchó contra otra facción y persiguió a los fugitivos, a muchos de los cuales logró llevar a la plaza. La persecución tuvo mucho más éxito después que los primeros treinta hombres encontraron cabalgadura y volaron bajo el mando del comandante Crofton, y aun más después de montar el escuadrón de Granaderos, porque a partir de entonces pudieron llegar a los alrededores de la ciudad ya libres por los esfuerzos del Vargas y de los Granaderos en sí, al mando de los mencionados jefes.

El Libertador, no encontró al [cuerpo] Vargas en su Cuartel cuando fue allí, una plaza fuerte donde fue recibido con alegría y felicidad indescriptibles por oficiales, clases y soldados, todos los cuales querían abrazar a S. E. y este satisfacía los deseos de todos dentro de sus posibilidades: era un padre amado que regresaba al seno de la familia. S. E. recorrió la ciudad en varias direcciones, visitó los puestos y cuando se acercaba la luz del día se retiró a casa en medio de los ciudadanos que se congratulaban de verlo a salvo.

En la última reunión que habían sostenido los conspiradores, mucho se esperaba del respaldo del pueblo. Para obtenerlo, continuamente gritaban «El Tirano ha muerto; viva la Constitución de Cúcuta; Viva el General Santander»; y tenían como lema y santo y seña «Libertad». Pero el pueblo no se dejó engañar por una horda de pérfidos asesinos.

Todos los que salieron de casa antes del amanecer fueron a la plaza. El resto se mantuvo encerrado hasta que, con la luz del día, pudo averiguar lo que ocurría. Desde medianoche y por orden del general Córdova el señor Mariano' class='cs6-c entry-index'>Mariano París había ido a buscar algunas Milicias del Cantón y antes de las ocho de la mañana ya había vuelto con un millar de campesinos armados a quienes, naturalmente, se les indicó que buscaran y aprehendieran a los fugitivos de la justicia. Desde entonces, el palacio del Libertador está lleno de los más respetables vecinos. El mismo día 26 el Arzobispo ofició una misa pontificia de acción de gracias.

Los restos de los coroneles Bolívar y Ferguson fueron enterrados ayer, y pocas veces se ha visto un entierro tan concurrido. Tan general era la convicción de que los conspiradores no tenían otro propósito que la destrucción del Libertador y que, con la muerte de S .E. hubiera terminado la República. Todos tenían muy profundamente presente la confesión que habían hecho los artilleros de que les había impulsado la promesa de su licenciamiento absoluto con seis meses de paga y, además, ¡¡¡el saqueo de la ciudad!!!

Por los esfuerzos de los campesinos armados, que ahora ya son más de cuatro mil hombres, se cumplió la captura de los artilleros que no fueron detenidos la noche del 25, así como la de casi todos los cómplices. Se sabe que los que todavía están en fuga son Luis Vargas Tejada, nativo de Tunja; Florentino N. González, nativo de Socorro y redactor responsable de El Conductor; Pedro Carujo, oficial español admitido en el servicio; Rafael Mendoza, de Bogotá, capitán retirado y pagador de soldados lisiados, condenado por quiebra; y E. Briceño, nativo de Trujillo.

Hasta ahora, además de los artilleros, los prisioneros incluyen a los siguientes: J. Horment, francés, acusado de ser espía español; Wenceslao Zulaivar, tendero, nativo de Antioquia y socio de Horment; el capitán López, de la Artillería, degradado por sentencia de la Alta Corte; el coronel Ramón Guerra, de Tunja, Jefe del Estado Mayor departamental; el comandante Silva, de la Brigada de Artillería, nativo de Chiquinquirá; Cayetano Galindo, teniente' class='cs6-c entry-index'>teniente de la Milicia, nativo de Socorro; Ezequiel Rojas, de Miraflores, Provincia de Tunja; el general Padilla, de Río Hacha; el capitán Herrera, de Panamá; el teniente' class='cs6-c entry-index'>teniente Muñoz, español; el teniente' class='cs6-c entry-index'>teniente Vallesteros, de Río Hacha; el general Francisco' class='cs6-c entry-index'>Francisco de Paula Santander, de Cúcuta; el teniente' class='cs6-c entry-index'>teniente coronel C. Wilthon, indigno de ser inglés y el Segundo comandante R. Márquez, de El Tocuyo, Edecanes del dicho general; Domingo Guzmán, ex Comisario de guerra, de Pamplona; Mariano' class='cs6-c entry-index'>Mariano Escovar, de Cauca; Francisco' class='cs6-c entry-index'>Francisco Parada, sastre, de Barquisimeto; Juan Francisco' class='cs6-c entry-index'>Francisco Arganil, portugués, supuesto espía español; Pedro Celestino Azuero, de Socorro; Alejandro Gaitán, de Bogotá; el doctor Gómez Plata, de San Gil; María del Carmen Rodríguez de Gaitán, nativa de Bogotá; el general Antonio Obando, de Socorro; José Félix Merizalde, de Popayán; y Romualdo Liévano, de Fusagasugá, Procurador.

Esto está copiado de la Gaceta de Bogotá del 28, cuando en la mañana de ese día, 5 de los conspiradores habían sido pasados por las armas: Horment, Zulaivar, López, Silva y Galindo. Se habían dado órdenes de exiliar a los señores Soto y Azuero, que no se encontraban en Bogotá, pero evidentemente estaban relacionados con los del complot. Siendo este un gran día de fiesta, se reanudaron las corridas de toros en la plaza, y la milicia cívica realizó cierta cantidad de evoluciones. Asistió una gran multitud de todas clases. El doctor C. Mendoza ya está casi reunido con sus antepasados. Asistí a la iglesia de San Pablo con muchos otros que le conocían y respetaban, y de ahí acompañamos la Hostia a la intendencia, donde se administraron los sacramentos. Una gran multitud, aparte de la música y los militares, formaba la procesión, y cada individuo llevaba un cirio. Los dos jóvenes O’Callaghan comieron con nosotros.

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