Nada notorio, pero un buen aguacero, poco común en esta época. Por la noche fui a visitar al general O’Daly, un emigrante hispanoirlandés, que había estado al servicio de la España revolucionaria, pero ahora emigrado aquí, a buscar fortuna con mujer y cinco hijos. Su padre era irlandés, pero no tiene ni el menor rasgo de esa brava y enérgica nación. Su esposa parece persona agradable, muy distinta de las desaliñadas y hoscas criollas de aquí.