Salimos a las 5 de la mañana y bajamos por la montaña de las Cocuizas durante unas buenas 3 leguas y media, cuando se abrieron ante nosotros los valles de Aragua. Tienen capacidad para todo y producen abundantemente cacao, café, azúcar, algodón, maíz, trigo, etc., pero la guerra, la revolución, las fiebres y las intrigas privadas casi los han despoblado y ahora lo que se realizan son cultivos comparativamente pequeños, y en muchos se ve la pobreza y miseria, y el mijo y bosques de inútil vegetación han cubierto lo que antiguamente, sobre muchas leguas, le daba riqueza y abundancia a la gente. La vista al iniciar el descenso desde Las Lagunetas es magníficamente sublime. La carretera corre por la misma cresta de la montaña, de modo que el viajero tiene todo el paisaje a la vista a ambos lados: mundos de inmensos árboles, unos sobre otros: valles tan intrincados que casi son imposibles de localizar y hondas cuencas anchas de millas, que presentan depresiones como tantos abismos. Hacia las nueve llegamos al pueblo del Mamón para desayunar, y después de descansar allí durante el calor del día, a las 4 reemprendimos viaje hacia la villa de La Victoria. La carretera era plana, caliente y polvorienta y el rico valle se iba ensanchando gradualmente. A un par de millas del lugar nos recibió el corregidor, señor Barouttia [Barrutia] con otras autoridades, y nos instalamos en casa de este caballero, quien nos dio la más amable de las hospitalidades.