Nada nuevo. Empecé a leer la vida de Colón, de Washington Irving, que ciertamente es una brillantísima y talentosa obra, que muestra quizá uno de los más gloriosos ejemplos de la perseverancia, firmeza y resignación humanas, bajo los peores males que jamás hayan ocurrido en el mundo. Tenía 56 años este grande hombre cuando emprendió su primer viaje de descubrimiento, y después de 18 años de pensar y trabajar duramente para ganarse la aprobación y protección de Fernando e Isabel, con más de medio siglo encima, se lanzó en unas frágiles cáscaras de nuez por una desconocida extensión de océano a buscar un nuevo mundo. ¿Entonces, quien tiene derecho a quejarse a los 50 años? Yo, por mi parte, con solo la sombra de sus energías y a mi humilde manera, quizá aún pueda hacer algo, pero no volverme un «Alto Almirante» o un «Virrey». Si puedo, plenipotenciario o embajador, después de los 50.