111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111
Capítulo VII El General Páez Presidente
1831 enero 01 - 1832 octubre 26
El General Páez Presidente
1831 enero 01 - 1832 octubre 26
Subcapítulos

Recibí noticias de Trinidad vía Cumaná, de que el gabinete de Grey había renunciado, como resultado de la negativa del rey a crear un nuevo lote de Pares, a fin de aprobar la Ley de reforma en los Lores. El conde de Grey y sir Brougham afirmaron a su majestad que sin esto se perdería la medida, y que si se rechazaba su solicitud entregarían su renuncia. El rey les envió un mensaje muy afable al día siguiente (9 del mes pasado) en el que aceptaba las renuncias. Hasta aquí llega mi información, y si los hechos son ciertos en cuanto a renuncia y aceptación, aquí termina la junta liberal. Ya que habían llegado tan lejos en cuanto a reformas, promesas de ahorro, y otros compromisos de tipo popular que tanto ansía el populacho amargado, es posible que su salida sea lamentada. Porque el estado dislocado y revoltoso al que han arrastrado al espíritu público, solo puede y debe ser reprimido y satisfecho por este partido, porque no creo que ninguna junta conservadora se sumerja en este pantano político. Cualquiera que hubiera sido el resultado, lo que es cierto es que los 18 meses de administración liberal han sacudido lamentablemente las instituciones de la vieja Inglaterra, tanto en espíritu como en cuerpo, más que el tira y afloja de un período cinco veces más largo. Aunque la exótica e innatural marcha del intelecto llegase a influir en la política tanto interna como externa, creo que esta influencia lograría cualquier cosa menos aumentar la tranquilidad racional de la Gran Bretaña. El próximo correo nos traerá sin duda detalles del resultado, porque es indiscutible que los asuntos británicos, por lo menos los más vitales intereses del país (si es que el ministerio sale) habrán llegado al borde de un abismo tal, que se requerirán precauciones, energía y firmeza milagrosas para salvarlo de la situación más peligrosa en que jamás se le haya colocado. Ni las rápidas decisiones del duque de Wellington, ni la mente perspicaz de sir Robert Peel, ni, por cierto, las energías de un Pitt, podrían extraer de la Gran Bretaña su dilema radical. No, solo aquellos que han dado rienda suelta al espíritu «reformista» serán capaces, con los mismos métodos proteicos, de someterlo y (pero habrá que hacer sacrificios) restablecer una preponderancia por el lado de los derechos reales de Inglaterra y también los derechos constitucionales de la nación, sin que se vean envenenados y paralizados por el «radicalismo» y el «gobierno fácil». Quiera Dios que no vayamos a sufrir conmociones políticas y gran destrucción humana. Es cierto que los conservadores no son populares; y su majestad no hay duda de que está en un aprieto. Pero que Dios lo ilumine en lo que vaya a hacer con respecto a la elección de un gabinete para la felicidad de la nación y para la eliminación de ese espíritu preocupante que anda suelto entre el pueblo de más baja ralea, pero también, desgraciadamente, entre los hilanderos de algodón y los fabricantes de botones de cobre de Manchester y Birmingham.

1
111
111
111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111
U