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Capítulo VII El General Páez Presidente
1831 enero 01 - 1832 octubre 26
El General Páez Presidente
1831 enero 01 - 1832 octubre 26
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Bien poco es lo que tengo que registrar como ocupaciones diurnas, y, con todo, no anoto aquellas que llenan tantas de las horas solitarias de mi vida transatlántica. Mucho de mi tiempo libre no lo empleo insatisfactoriamente, pues dibujo y leo, y acabo de terminar las Memorias del General Bolívar, salidas de la pluma de un exempleado militar de ese héroe, durante una pequeña parte de la guerra revolucionaria. Se hace llamar Decoudray-Holstein 1(Un oficial francés que había servido durante la Revolución Francesa a las órdenes de Napoleón. Fue incorporado al Estado Mayor de Simón Bolívar en 1815. Escribió las Memorias de Simón Bolívar, en las que se expresa amargamente sobre el Libertador. Ver: Hasbrouck, Opus cit.), y antepone a su nombre el título de general. Me dicen que este señor es actualmente profesor de lenguas extranjeras en algún colegio de los Estados Unidos. La obra está escrita en el estilo más mezquino, repleto de envidia, odio y malicia; despecho y vanidad herida. Este escritor describe al Libertador como un cobarde, adúltero, asesino e hipócrita: un ignorante en todas las ramas del conocimiento mental, pero más particularmente ignorante en las artes de la guerra y del gobierno. Dice «La tiranía era su Liberalidad y el Despotismo su Patriotismo»: en verdad ni una virtud redentora permite este aventurero al héroe de la libertad e independencia colombianas. La única sombra de bondad aparente que manifiesta es «que como no le importaba el dinero, muchas veces le daba su único doblón a un oficial que no tenía ni uno, pero esto surgía de la prodigalidad, no de un corazón generoso». Esta odiosa obra, plagada de mentiras, está escrita en su mayor parte de oídas, indirectas y cuentos, y a pesar de la falsedad patente de sus páginas, los detractores de Bolívar las proclaman como ciertas. Algún amigo del Libertador debería reivindicar su fama y no dejar sin respuesta este libro, que dará falsas impresiones a futuras generaciones sobre la virtud y talento de este hombre famoso. En muy alto grado este será el caso, pues la humanidad tiene una inclinación innata a dar crédito a las fallas de la naturaleza humana y darlas a conocer al resto de nuestra detractora y amante raza. A las seis y media ocurrió un espantoso y violentísimo temblor de tierra. El señor Lievesly y yo estábamos bebiendo nuestro vaso de vino tête-à-tête después de cenar. Fueron de veras terroríficos los movimientos y crujidos y chirridos y el vibrar de las campanas. Estos cañones de muerte de la tierra incitan, por su mismo horror, a poner la casa en orden mejor antes que después, porque después puede ser demasiado tarde. No obstante, la gran catástrofe de esta naturaleza que asoló a Caracas en 1812 dio como resultado arreglos de esta clase en muchas casas, pues muchísimas personas que habían vivido en estado de amor ilícito, por remordimiento se casaron dando legitimidad a centenares de niños gracias al terremoto, que de otro modo hubieran muerto perjudicados, tanto en derecho de nacimiento como en herencia. De modo que según parecería, los terremotos de este mundo son excelentes purificadores de conciencias corroídas.

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