Me puse de acuerdo con el albañil Tovar, que en este momento construye el muro que encerrará el cementerio británico, para la erección de la capilla que se construirá dentro de este. Su presupuesto original ascendía a 711 dólares, pero acepta rebajarlo a 600. Esto (como nos faltan 300 para el muro) me tocará pagarlo a mí, y es una extravagancia (pues no tiene otro nombre) que no debí de haber cometido, pues tengo tantas necesidades que reclaman mi atención pecuniaria y mis deberes, y me susurran «la caridad empieza en casa». Este acto puede que sea imprevisor, no, imprudente, pero estoy totalmente convencido de que si no hubiera dado personalmente el primer paso del buen ejemplo al suscribir y además cumplir, esta necesidad aun mayor nunca se hubiera requerido, porque si este compromiso no hubiera sido tan ardientemente iniciado por mí y el señor Mocatta, creo que hubieran pasado años y más años antes de que alcanzarse el objetivo. El tener alguna clase de edificación interna para llevar a cabo la parte principal del servicio es absolutamente necesario, porque nadie sabe sino los que han estado expuestos al sol y la lluvia tropicales (y de paso sans chapeau) los males que puede engendrar una hora de exposición pasiva a cualquiera de los dos. Me refiero al riesgo de resfriado y aun peores resultados, pues tengo la experiencia de haberme empapado hasta los huesos, con la cabeza descubierta, mientras cumplía con mis deberes funerarios y de haberme quemado el cráneo el sol vertical, dejándome con dolor de cabeza durante varios días.