111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111
Capítulo VII El General Páez Presidente
1831 enero 01 - 1832 octubre 26
El General Páez Presidente
1831 enero 01 - 1832 octubre 26
Subcapítulos

Fui hasta el cementerio con el señor Lawrence O’Callaghan a quien compramos la parcela, por cierto bien barata: solo 100 dólares. Cuando regresábamos a casa me contó que el único protestante al que, hasta donde él recordaba, se enterró en un sitio que no fuera la tierra privada o el patio de la casa, fue un empleado al servicio del señor Ackers llamado Atkinson. Murió en 1824, y se le enterró con autorización en un viejo cementerio católico fuera de la ciudad y que hacía muchísimos años que estaba abandonado por las autoridades religiosas como lugar de enterramiento para los fieles. Sin embargo, después de llevarse a cabo el entierro del pobre protestante, estos católicos supuestamente cristianos verdaderos, decidieron que se habían violado todos los derechos y reglamentos, y proclamaron tanto al acto como al entierro una ofensa y profanación del sagrado lugar. Consiguientemente, un grupo de estos muy concienzudos papistas, se dirigieron al lugar, abrieron la tumba, destruyeron el ataúd que contenía el cadáver, lo cortaron en pedazos y los lanzaron al suelo fuera de los límites del cementerio, dejando a la merced de los zamuros (buitres del país) los restos del infortunado señor Atkinson. Esta terrible desgracia (instigada por los curas) no se descubrió sino al terminar el día siguiente. Fue denunciada por los interesados (pues entonces no había ningún agente público británico en Caracas) a las autoridades principales de la ciudad, pero no se tomaron medidas para descubrir a los perpetradores o instigadores de este horrible acto. La única reparación, o más bien precaución contra una repetición del infame asunto que pudo hacer el intendente, fue el ofrecimiento de una porción de tierra a los extranjeros, fuera de la ciudad, como cementerio, a condición de que la encerrasen. Pero, es una vergüenza tener que decirlo, aun teniendo ante los ojos el bárbaro hecho, ni los extranjeros en general, ni los británicos en particular quisieron aceptar el ofrecimiento y hacer el gasto necesario para encerrar el terreno donado. Gracias a Dios este tan deseado establecimiento está en vías de terminarse felizmente, y me siento orgulloso y agradecido porque esto haya sucedido durante mi período de agente público en Caracas, pues sin este bendito logro, los patios de las casas todavía se vendrían usando como depósitos para los huesos de los extranjeros europeos, no católicos. Llovió y tronó casi todo el día.

1
111
111
111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111
U