Para las cuatro [de la mañana] estábamos montados y dándole un apretón de manos a don Ramón y el licenciado Rodríguez, y acompañados por uno de los guías llaneros, iluminado el camino por una brillante luna llena, viajamos con gran frescor y mayor comodidad hasta casi las 8, para cuya hora la influencia del sol rápidamente nos despojó de la frescura que nos había dado la viaje lunar. A las nueve y media volvimos a encontrarnos a orillas del sucio Caimán, bajo el techo del teniente de las cabras, que tan expertamente hace queso y niños. A las 11 montamos nuestras cabalgaduras y luego de un viaje terriblemente abrasador de cuatro horas y media, llegamos a San Pablo (a tres leguas, según dicen). El general Páez me recibió con grandes demostraciones de placer y estoy seguro de que eran sinceras, pues el brillo de sus ojos desbordaba de profunda hospitalidad. Hacía apenas tres horas que él mismo había llegado, junto con varias personas visitantes, además de una horda de llaneros y sirvientes. Iba vestido bien a la llanera: camisa corta de lino a rayas rojas, suelta por encima de un par de calzoncillos blancos. Llevaba la cabeza cubierta por un sombrero castaño oscuro de pelo de castor 1(Pelo de guama) y ala ancha, bajo el cual asomaba su abundante cabello negro rizado, y sus cejas y mostachos oscuros daban a su cara un carácter muy marcado, mientras su persona (así cambiada de aspecto y vestimenta) más corpulenta que hacía seis años, me recordaba mucho, en sus rasgos generales, los retratos históricos de nuestro Enrique VIII. El resto de su gente estaba vestido de manera similar. Uno de los primeros defensores de la libertad colombiana, el general Olivares, era uno de sus visitantes principales, en realidad el único, con excepción de un tal capitán Villa-Flor y, por su vestimenta, se veía que venían de tierras más altas. Me dieron un cuarto para mí solo, mientras que todos los demás contenían tres o cuatro chinchorros, innumerables sillas de montar, bridas, sables, lanzas, trabucos y pistolas, todos distribuidos de forma casual pero muy pintoresca por todas las habitaciones. El general en jefe colgaba al lado de donde me había alojado: estaba allí con Olivares y este joven oficial hacía las veces de secretario de S. E.
La mansión no difiere en nada de las de los más humildes llaneros sino en tamaño, y ocupa un lado de un patio cuadrado fuertemente empalizado, de grandes dimensiones. Un extremo de este edificio, que se parece a un establo, tiene paredes de unos pocos pies de alto en tres de sus lados, de 8 o 9 metros, que forman una gran sala abierta con lo cual se obtiene una buena corriente de aire, mientras todos los otros cuartos, que son cinco, están cerrados por paredes y tienen puerta y ventanas como cualquier otro cuarto de este mundo. Ninguno tiene cielo raso y todos están abiertos hasta los maderos y las cañas del techo, sobre las cuales descansan las tejas, cosa rara aquí porque el material común para cubrir es la hoja de palma. Supongo que esta se usa para permitir el paso del aire, pero es una gran molestia en las viviendas antiguas, pues es nido de escorpiones, ciempiés, tarántulas y centenares de otras alimañas. Esta casa tiene un lujo que solo había visto en uso parcial en Calabozo, y son los suelos de ladrillo. Alrededor de las paredes de esta serie de apartamentos corre una especie de porche, bajo el cual, por la noche, se cuelgan los chinchorros de los sirvientes y otras personas que prefieren los espacios abiertos a los más cerrados. El calor de aquí me pareció más opresivo y enervante que el de La Guaira, que ya lo es cruelmente. En el otro ángulo del patio cuadrado hay otro edificio similar pero más estrecho, en el que está la cocina y el alojamiento del mayordomo, frente al cual hay una especie de plataforma elevada de madera, donde se suspende a diario, en largas tiras y festones, la carne y la grasa de las bestias que se han sacrificado para el consumo diario del establecimiento. Esta plataforma también sirve de dormitorio para el esclavo que protege este depósito de carne de las bandadas de zamuros hambrientos, que sin parar intentan apoderarse de algún pedazo de carne. En el centro del cuadrado se levanta una gran cruz de madera. La empalizada que encierra este corral (como, por cierto, es cualquier otra empalizada en esta parte de los llanos) está hecha de troncos de palmera, y las fuertes hojas de la palmita sirven de tejado prácticamente a cualquier tipo de casa campestre. La verdad es que los habitantes de estas llanuras aprecian y hacen uso total de las posibilidades que ofrece este árbol. Cerca de la casa hay extensos corrales y rediles para el ganado (lo suficientemente grandes para contener varios millares de cabezas), que se comunican entre sí.
Antes de comer el general me llevó hasta el río Paya, que corre por un espeso bosque, a un cuarto de milla de la casa. Es el mismo río que pasa por Ortiz y que cambia de nombre según serpentea por la faz de la tierra y deja de ser río a unas cuatro leguas de aquí al caer en el Guárico. Dentro de él y en sus orillas abundan los caimanes, las babas 2(El caimán del Orinoco [Crocodylus intermedius]. Baba [Caiman sclerops]), las iguanas, y muchos otros tipos de animales anfibios. La gente del pueblo parece haber pasado el día tratando de enlazar sin éxito a uno de los de la raza más grande (si es que se puede creer lo que cuentan), río abajo. Lo que me dijo el general sobre la apariencia y dimensiones generales del caimán, es que difiere del cocodrilo de Egipto tanto en tamaño como en color, si bien sus dimensiones y forma parecen ser más o menos iguales. El color es un castaño grisáceo, y está cubierto por una capa de escamas no menos impenetrable que la de la criatura del Nilo. Los ojos y la parte carnosa de sus patas anteriores cerca del pecho son los únicos lugares vulnerables, y el resto del cuerpo resiste fácilmente las balas más pesadas que pueda disparar el trabuco de los llaneros. Al ser herido (y en otras ocasiones) el animal emite un gemido como el llanto de un niño. Tiene los ojos brillantes y bastante hundidos bajo dos salientes bastante conspicuos. La boca tiene una sola fila de dientes, que suman unos 80 entre las dos mandíbulas, cuyas virtudes, al ser extraídos de la cabeza del animal, son grandes (pero entonces y solo entonces), pues tienen fama de ser infalibles antídotos para la mordedura de serpientes venenosas, tanto para el hombre como para las bestias, y si la parte herida se frota con uno de los dientes, o con un poco de polvo que se le haya raspado, la cura es total. Las sortijas hechas con la base de los dientes, donde puede penetrar el dedo, o colgadas alrededor del cuello, se suponen ser infalibles contra todos los peligros venenosos. Son muchos los caballos que llevan estos amuletos alrededor del cuello. De todo esto dio fe no solo mi valiente anfitrión sino también una autoridad más religiosa, o sea el cura de Para Para (en una visita que le hicimos). Pero lo cierto es que esta celebridad dental de los caimanes es bien conocida por toda Colombia, donde las criaturas abundan, y se les tiene la misma fe. Veinte fuertes muelas en dos filas ayudan a estos puntiagudos masticadores a devorar sus medios de existencia. La bestia es naturalmente tímida, pero una vez que ha hincado los dientes en hombre o ganado la ferocidad y la audacia se sobreponen a su naturaleza ordinaria. El general me dijo que ha visto caimanes en las orillas del Apure de más de 12 varas [unos 10 m]. Un animal de esta especie, muy parecido al cocodrilo no solo en color sino también en forma, se encuentra en vastas cantidades en las lagunas, ríos y pantanos de los llanos, y se llama baba. Su tamaño va de los seis a los tres pies (1 a 2 m), está cubierta de escamas de un color castaño oscuro, y tiene la cabeza parecida en todos sus detalles al coloso egipcio. Le corre por el centro del lomo una fila de huesos dentados que llega hasta el extremo de la cola, y también está cubierta por una capa escamosa, y le permite movimientos laterales, como la mitad inferior de un pez. Una de estas criaturas, al sacar la cabeza del agua en un lago cercano, fue muerta de un disparo de fusil, y pronto estaba descascarada, limpiada y asada... y comida, como parte del desayuno. Pero no me decidí a probarla, porque, independientemente de su naturaleza, tenía un aspecto repugnante en el plato. Iguana he comido más de una vez, tanto la carne como la sopa que se hace con ella, en mis viajes por el otro mundo; la carne no es mala, y sabe un poco como la del conejo. La baba es muy solicitada por los indios y de vez en cuando los mejores descendientes de los españoles también la consumen. Hay grandes lagartos (de hecho puede llamárseles iguanas) en inmensas cantidades en los alrededores de Calabozo. Son de un verde brillante, vívido y que reluce con destellos dorados. No tienen menos de un metro de largo. Son anfibios como la criatura recién citada, e igual que ella poseen una fila de afiladas y duras substancias dentadas a lo largo de la espalda, pero que no les llega a la cola. La rapidez con que corren es increíble y también la destreza con que se encaraman en el árbol o pared más altos. Los huevos de estas criaturas son todo yema, y del tamaño del de una gallina. Se les considera como una gran delicadeza hervidos o asados. No tienen cáscara y solo los cubre una tenue membrana. Sin embargo, los nativos no se molestan en cocinar los huevos: los secan al sol, pero el principal devorador de huevos, tanto de iguana como de caimán, es el gallinazo, o buitre, que constantemente vigila desde lo alto de los árboles esta operación de postura por parte de uno u otro animal, así como la ceremonia siguiente de cubrir los huevos con arena. Tan pronto como estas criaturas se alejan los hambrientos pájaros bajan, y desentierran su comida, haciendo en este depósito de embriones una comida abundante y destructiva. Y este drama de la naturaleza, por lo que se refiere a caimanes, babas e iguanas, es una compensación. Si no fuera así, en todos los países donde existen, su número pronto sobrepasarían a los del hombre y los animales. Comimos a las 6, de la manera más rústica, en el patio abierto. Carne de res asada y guisada con vegetales fue lo que se sirvió. Ni vino ni licor para los nativos: solo para mí hubo vino blanco (Moscatel); los demás bebieron nata, suero o agua. Para las ocho todos nos balanceábamos en nuestras hamacas y no se oía un ruido, salvo los balidos y mugidos de los animales cerca de la casa.