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Capítulo IX Cónsul tres años más
1832 diciembre 01 - 1835 septiembre 30
Cónsul tres años más
1832 diciembre 01 - 1835 septiembre 30
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A las 2 de la tarde zarpó el paquebote. Para mi más absoluto asombro esta mañana estalló la voz de una revolución militar al grito de «Viva Mariño, Muerte a Vargas». Las tropas habían sido arrastradas a esto por varios de los generales y oficiales (para decir verdad, todos los de ese partido) que habían seguido la suerte de Bolívar hasta su fin, y habían regresado del exilio, acogiéndose al indulto del Congreso de hace tres años. En medio de la noche anterior un grupo de estos se había dirigido a casa del presidente, y lo había detenido, mientras que otro se apoderaba del arsenal, etc. Unos 250 [soldados] según la cifra dada, estaban concentrados en la plaza del mercado, bajo el mando de los generales Ibarra, B. Méndez, Silva y Justo Briceño, con otros dirigentes de ese partido, sin olvidar a un coronel de nombre Carujo, que mató a tiros al coronel Ferguson en la noche del 25 de septiembre en Bogotá, mientras trataba de abrirse camino para asesinar al Libertador, y el joven Andrés Ibarra, otro edecán que estaba de servicio, fue herido por él y los suyos. Este mismo Ibarra 1(El primero de los revolucionarios citados es el general Diego Ibarra, hermano del coronel Andrés Ibarra. El coronel Pedro Carujo fue el mismo que encabezó el atentado contra Simón Bolívar en Bogotá, en 1825) resulta que está ahora con Carujo como uno de los oficiales que intentan perturbar el orden de cosas actual. Creo que no ha habido ni un herido, pues todo se ha desarrollado, hasta ahora, con la mayor tranquilidad, pero hay mucho descontento soterrado entre los ciudadanos pacíficos. Se celebró en casa del doctor Vargas una reunión del vicepresidente y miembros del Consejo, estando presentes algunos de los jefes del otro partido. No se ha hecho nada, sino esfuerzos para que el presidente firme su abdicación, cosa que impidió la firmeza de Domingo Briceño y el señor Chávez 2(Domingo Briceño Méndez escribió más tarde una Historia. Juan Nepomuceno Chávez estableció en Caracas, en 1842, una fundación para una escuela de niñas. El colegio Chávez funcionó en una casa del siglo XVIII, en la esquina de Llaguno. Ver: Carlos Manuel Möller. Páginas coloniales. Caracas, 1962) quienes, según me han dicho, hicieron pedazos el documento en las narices de los que lo presentaron. Una especie de mensaje oral fue enviado a la redonda por alguien, pero en nombre del presidente, para pedir a todos los amigos del respeto y el orden que se hicieran presentes en su casa, pero la guardia no permitió que se acercara ninguno, de lo cual resultó un poco de lucha y confusión, pero no se derramó sangre. El cónsul francés vino a verme para preguntar qué había que hacer. Pero al momento se presentaron el señor Ackers y el señor Mocatta que nos pidieron que saliéramos urgentemente a ver cómo se desarrollaban las cosas, a fin de averiguar algo acerca de quién era el jefe al mando. Pero fue inútil: los soldados no dejaban pasar a nadie. Una guardia de oficiales custodiaba la entrada de la casa del presidente y había centinelas en cada una de las esquinas de la calle.

Al correr el rumor de que las tropas se estaban apoderando de los caballos de individuos privados para montar los oficiales, etc., etc., el señor Mocatta, con el señor Ackers y el señor Alderson y uno o dos más, vinieron a casa otra vez a decirme que esperaban que tomase alguna medida para impedir que se intentara tal acto sobre su propiedad. Antes de la visita de estos caballeros, yo había ido a ver al general Briceño Méndez al enterarme de que era gobernador de la ciudad en el estado actual de cosas, pero no estaba en casa, de modo que le hice parte a una persona de su confianza que allí se encontraba del objeto de mi visita, a saber si se iba a respetar el tratado existente, y además si se protegerían las personas y propiedad de los súbditos británicos. A los antedichos comerciantes les dije, pues, lo que ya había hecho, agregando que iba a continuarlo, escribiendo un oficio con el mismo fin al general, y lo llevaría personalmente exigiendo una respuesta escrita como documento de seguridad para mostrárselo y allanar sus temores. Escribí, pues, y pronto recibí el siguiente oficio como respuesta:

Gobierno Político Provisional de la Provincia. Caracas, 8 de julio de 1835.

Sr. Cónsul de S.M.B. Tengo a honra informar a Vuestra Señoría, en respuesta a la nota de esta fecha que acabo de recibir, que el gobierno civil de esta ciudad me ha sido confiado, y me es muy satisfactorio agregar que la acción militar que ha llevado a cabo la guarnición y que el pueblo ha respaldado proclamando reformas a sus leyes fundamentales, en modo alguno afecta los intereses privados, y menos aún los de los súbditos de S.M.B. quienes, quedándose, como espero, en su estado usual de paz e imparcialidad, serán respetados de acuerdo con los tratados existentes entre la República y la Gran Bretaña, cuya observancia será un muy placentero deber para mí mientras ejerza alguna clase de autoridad e influencia. Soy, V. S. su muy atento servidor (firmado) P. Briceño Méndez.

Con este despacho oficial el general envió varias copias (impresas) de la alocución de Ibarra a los ciudadanos, publicada por bando esta mañana, de la cual lo que sigue es copia:

A los ciudadanos: La sangre venezolana corre en el Zulia; el Oriente está al borde de la guerra civil y todas las ciudades de la República están clamando por reformas: solo la nueva administración se opone a ellas, y quiere hacer un ejemplo de carnicería de este infeliz país. La Guarnición de Caracas, todos los Jefes del Ejército Libertador y todos los patriotas, han oído estos clamores, han visto la aflicción de la patria, y han querido remediarlos con una generosa insurrección.

Así pues, en cuanto a las reformas y a llevarlas a cabo, que se convoque una gran convención nacional; y mientras tanto S. E. el General en Jefe Santiago Mariño permanece a cargo del Mando Superior de la Provincia de Caracas.

Estando a cargo provisionalmente de este mando, me apresuro a informar al pueblo de los sucesos, y a ofrecerle todas las garantías y seguridades para sus derechos y libertades.

Nadie tiene nada que temer salvo quienes pretendan oponerse al justo levantamiento del Ejército y del pueblo: que sean reformadas nuestra mala administración y peores leyes y que sea respetada la sangre del último de los venezolanos. Ay de aquel que derrame una sola gota de nuestra preciosa sangre, (firmado) Diego Ibarra, Caracas, 8 de julio de 1835.

Ni una palabra del general Páez en lo que antecede, de aquí que no está mezclado en ello en lo más mínimo. La cosa tiene que ir al fracaso, y muchos con ella, pues no dudo que dentro de 6 u 8 días ocurra una reacción más que tranquila.

El encargado de negocios americano vino a verme esta mañana para saber qué iba a hacer yo, y al enterarse de mis intenciones, dijo que no iba a tomar medida alguna hasta mañana, y el cónsul francés, quien vino a verme igualmente con el mismo propósito, ninguna hasta que algún ciudadano de Luis Felipe fuera molestado, o se le hubieran confiscado sus caballos o mulas. Conocen su trabajo, no hay duda, y la mejor manera de hacerlo.

Se dice que el jefe militar reunió a los miembros de la municipalidad insistiendo en que hicieran un acta (como una especie de sanción legal a su proceder), pero todos y cada uno de los miembros se negaron por no estar autorizados por la Constitución. Está claro a todas luces que ni un solo ciudadano está con ellos. Fueron muchos los insultos que el doctor Vargas recibió del coronel Carujo durante la mañana y a las seis de la tarde la mayoría de los consejeros de estado fueron a su casa, y tengo entendido que estuvieron allí hasta las 12 de la noche, cuando los gobernantes militares se llevaron a S. E. y al vicepresidente doctor Narvarte a la casa de Gobierno como prisioneros, hasta que pudieran inducirles a plegarse a sus ideas. Los generales Piñango y Paredes fueron llevados a la cárcel común y creo que se permitió a los demás retirarse a sus casas, por lo menos el señor Santos Michelena llegó a la suya alrededor de esa hora. Hubo reuniones en las distintas casas de los ciudadanos de peso con relación a las medidas secretas que había que tomar, y sé que cartas e individuos han ido en dirección de los valles de Aragua, de los del Tuy y han seguido hasta San Pablo, de modo que si los ciudadanos tienen cabeza se quedarán tranquilos y en paz durante unos cuantos días hasta que las cosas estén maduras y [se encuentre cerca] un sucesor ostensible. Creo que Páez los va a sorprender antes de que se den cuenta, y entonces, sauve qui peut. A las 7 vino a verme Santiago Rodríguez, ministro del Interior y Justicia, nombrado pero no confirmado por la Gaceta. Llegó de Calabozo el martes por la noche y dejó al general Mariño sintiéndose muy mal en La Victoria (dijo que tenía fiebre), de modo que si obedece la solicitud del partido llegará incapaz de tomar la muy desesperada carta que se le pone en la mano. Conversé largamente con mi amigo sobre el estado de las cosas. Dice que tiene la seguridad de que el general Páez lo ignora todo de este nefario complot, así que en él se centran todas las esperanzas.

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