Esta mañana recibí un despacho del cónsul encargado de Puerto Cabello, el señor McWhister, en el que me dice que el día 17, según órdenes del general Páez, la guarnición de esa fortaleza debía trasladarse a Valencia junto con el gobernador, general Carabaño. A las 2 de la tarde salieron en 2 divisiones aparentemente obedeciendo la orden antedicha, pero cuando la primera división había traspuesto la reja, la segunda ordenó a la guardia miliciana deponer las armas, y la otra siguió hacia los cuarteles de la milicia, pero al hacerles la misma exigencia y no cumplirse esta en el acto, los soldados inmediatamente dispararon sobre ellos, matando a varios e hiriendo a otros; y al huir el resto pudieron apoderarse totalmente de la ciudad. Así que se había planeado una contrarrevolución, que hasta el momento ha triunfado. Entre los gritos de «Viva Mariño», un bando proclamó al coronel Rodríguez (uno de los del partido reformista) gobernador civil y militar, y otro bando pedía a nativos y extranjeros que se reunieran para considerar el estado de las cosas. Así se hizo, y los oficiales de la guarnición propusieron que se nombrara de nuevo a Carabaño en su cargo original, que había dejado (una farsa), considerando que una orden del general Páez le había privado de él y puéstole bajo arresto. Aceptó, y los tres cónsules extranjeros salieron a buscar a Páez a fin de pedirle que suspendiera las hostilidades (pues las fuerzas constitucionales ya los habían rodeado), hasta que los extranjeros y sus propiedades pudieran evacuarse de la escena de confusión. Salieron de allí el día 20, y el 21 vieron a Páez en Maracay, quien los despachó satisfactoriamente pidiéndoles que comunicasen a Carabaño que estaría en San Esteban (a una legua de Puerto Cabello) en la tarde del día siguiente (22) y que esperaba tener noticias de él y luego una entrevista personal, a fin de evitar la efusión de sangre y la consiguiente e inevitable ruina de las propiedades. Así estaban las cosas en ese sector al salir de Maracay ayer por la mañana el Sr. McWhister y el resto de los cónsules. Fui a ver al presidente y hablé largamente con él sobre la necesidad de obrar vigorosamente cuando se presentase la oportunidad, castigando a los protagonistas del intento actual de revolucionar el país; pero francamente no logro entender. Todas las autoridades legales —Páez, el presidente y los ministros— dicen que la Constitución y las leyes no autorizan medidas severas si no hay sanción legal: es decir que no se castiga en absoluto. De modo que toda esta reunión de hombres y preparativos de defensa y los ruinosos gastos que lo acompañan van a terminar en humo y nada más. Por Dios que empiezo a creer que un despotismo militar es el único gobierno para la más alta y parcialmente culta parte de la nación. Si este asunto de Puerto Cabello no da como resultado otros actos y medidas que los que se han desarrollado y se están discutiendo, es mejor abandonar el país a su suerte.