Vino a verme el vicepresidente de la república, doctor Narvarte. Hablamos largamente sobre el estado del país, y le hablé sinceramente, como a segundo magistrado de la república, pidiéndole que no tuviera misericordia piadosa con los 13 reformistas si caían en manos del partido constitucional, pues había comenzado la guerra, y había comenzado por el lado de los rebeldes, de modo que eran doblemente culpables de violar las leyes de la república, y hasta el máximo el artículo 2 de la Ley Contra los Conspiradores. El presidente ha emitido una especie de proclama, pero está llena de elocuencia y frases bonitas; y piedad, totalmente apartada de la energía y la alta conducta que el Ejecutivo debería de adoptar en el muy crítico estado, o mejor dicho situación, en que se hallan las cosas en este momento. Mucho me temo que desde Páez hasta Narvarte, y otros con altos cargos en los despachos del Estado, los indultos de la pena de muerte estarán a la orden del día. Todos hablan de destierro, pero de ser así será una desgracia para las autoridades, y por esta piedad extemporánea se buscarán otra revolución y la muerte de miles de personas sin ninguna culpa —el campesinado— además de acumular deudas y llevar al máximo la ruina del país. Contesté a los despachos del capitán Smith, más particularmente sobre la parte que se refiere a la captura de los buques rebeldes armados y sin comisión. Llegaron 800 soldados de infantería hoy bajo el mando del general Piñango (un individuo casi negro), para seguir a Río Chico.