Me marché del pueblo de Maiquetía a las 5 y media bajo un velo de nubes y neblina húmeda, que continuó casi hasta llegar a Caracas. Por el camino me encontré con un tal señor Ker, quien me dijo que el general Mariño había entrado en la ciudad anoche a la cabeza de quinientos soldados, y que detrás vendría el general Páez con otros 2.000 (¡vaya usted a saber!). Me apresuré, y al desmontar mi mula me dirigí inmediatamente al intendente para enterarme de los particulares. Me informó que después de considerables negociaciones por su parte, respaldado por el marqués del Toro, había logrado que las tropas que se dirigían a Caracas se detuvieran en La Victoria, y que el general Mariño había entrado en la ciudad anoche (día 6) a las 7, acompañado solamente por su Estado Mayor y una o dos personas más. Que unas cien personas habían salido a recibirle y había sido acompañado entre gritos de viva Páez, Mariño y Venezuela. El intendente también me dijo que iba a reunirse oficialmente con él a mediodía en relación con el parecer del general Páez y su gente, cuyo resultado me comunicaría inmediatamente. Pero me aseguró que, como intendente, no había recibido ninguna comunicación directa relativa a algún cambio en el gobierno o alguna separación federal. Le pregunté si no había buenas razones para los variados rumores que agitaban a la opinión pública, de que este era el deseo de muchos. Contestó que, ciertamente, habían tenido lugar en Valencia hechos que justificaban plenamente los informes, pero confiaba que todo terminaría por arreglarse satisfactoriamente. Dijo que tenía la firme intención de exhortar enérgicamente a mantener intacta la unión actual que forma la República de Colombia, y si no podía lograrlo y la parte opositora decidía llevar a cabo innovaciones o cambios, renunciaría a su cargo actual.
A las 12 y media, S. E. el doctor Mendoza me visitó con su documento oficial escrito, decisión de Mariño (y de él mismo, supongo), que decía «que los acontecimientos que tuvieron lugar en Valencia el 29 y 30 de abril tenían por objeto la permanencia del general Páez al mando del Ejército hasta la llegada del Libertador Bolívar, cuyo consejo y mediación se solicitarán, para resolver estas diferencias internas y promover cualquier reforma que sea útil a nuestro gobierno interno, sin efectuar cambio alguno en nuestras relaciones exteriores, u obrar en contra de la Unidad Nacional de la República». Esta fue la substancia de la reunión de Mariño con el intendente y, con base en ella, decidió continuar sus servicios y situación. Se ve a las claras que este documento oficial está redactado para ocultar, de ser posible, a mi gobierno (a quien me pidió que se lo hiciera llegar inmediatamente), el estado real de las intenciones finales no solo de Páez sino también de la mayoría de los venezolanos y caraqueños. Y su excelencia también trató de engañarme al decirme que ahora había descubierto que la razón principal que había llevado a Páez a dar ese paso, había sido el odio que le tenía Santander #001-0095 y que, ya que esta era la única causa, todo seguramente se arreglaría tranquilamente al llegar el presidente de la república. Al mismo tiempo afirmó que, en cuestión de días, llegaría aquí el general Páez. Si se le devuelve el mando que tenía y su cuartel general sigue estando en Valencia, ¿qué es lo que busca aquí? No puedo creer que todo está bien, o que esperar a que llegue el Libertador sea el momento para reparar las supuestas ofensas, ya sean personales o generales. Sin duda el estado de tranquilidad actual de la ciudad se debe a la conducta moderada y firme del intendente. Como resultado de la antedicha información, despaché en el curso del día de hoy dos correos a La Guaira, portadores de despachos para el señor Cockburne, quien había prometido que la fragata esperaría su llegada.