A las 4 de la mañana ya estaba levantado el señor Cockburne, e inmediatamente partió. Le acompañé durante una hora en su ascenso por la montaña y regresé a Caracas a las 8. Visité al coronel Wilson al cual encontré muy enfermo y, para sorpresa mía, declaró que el Libertador no pensaba bajar [al puerto] hasta el jueves. Estos animales [sud] Americanos semicivilizados, incluso los mejores de entre ellos, no saben cómo debe tratarse a los ministros europeos, o lo que es la cortesía pública; pero creo que si el general Bolívar se retrasa un día más, ministro y fragata se habrán perdido de vista. Es evidente que espera la llegada del funcionario de Bogotá, y no me sorprendería que la información que reciba le haga quedarse donde está, pero por ahora, lo que está haciendo es jugar con el señor Cockburne y con su propia reputación en la Gran Bretaña. La respuesta del señor Cockburne ha desagradado al señor Ackers y a las otras dos firmas, de modo que su excelencia se convierte en tan ignorante y apático como yo en la protección de los intereses mercantiles en esta. Esta [mi] casa ya es toda silencio: la agitación de mayordomos, jágers #001-0230 y cocineros ha desaparecido, y el señor Lievesly y yo hemos comido tranquila, sí, pero más bien triste y apesadumbradamente, pues, para hacerle justicia a mi amigo, ha hecho que estas 11 semanas hayan pasado alegre y felizmente, y es una excelente y meritoria persona. Termómetro, 23 a las 7 y 26 a las 4.