111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111
Capítulo VIII En los Llanos de Apure
1832 octubre 27 - noviembre 30
En los Llanos de Apure
1832 octubre 27 - noviembre 30

Hoy no parece domingo, salvo por la suspensión de las mejoras que Páez ha venido haciendo [en San Pablo] desde que regresó. Dimos un corto paseo a caballo por la tarde, para probar un caballo del que me había encaprichado y que es propiedad de don Vicente Pérez, por el cual me pide 150 dólares. Lo encontré tranquilo y, en general, conveniente para mis costumbres tranquilas, y al regreso S. E. tuvo la amabilidad de cerrar el trato por mí con su administrador 1(En el original: «Lord High Steward») Al caer el sol, que es la hora de nuestra cena, aparecieron dos llaneros militares acompañados por un gran número de jinetes, todos ellos armados en el estilo habitual: lanza, espada, trabuco, etc. Uno de los dos jefes era un tal coronel López, medio negro, medio indio, con un total aspecto de asesino. El otro, llamado capitán Mirabal, una excelente persona, casi blanco, con una expresión abierta en el rostro, verdaderamente agradable. Estos héroes, por haber sido (y quizás todavía son) amigos del coronel Gavante, le habían ayudado grandemente, en secreto, en su reciente y fracasado intento de levantarse en armas contra Páez y el gobierno, y esperaban solo un momento favorable para, abiertamente, participar con él. Pero como todo había fallado, y el principal actor descontento había huido y, en consecuencia, declarado fuera de la ley, estos señores ahora se presentaban personalmente para pedir excusas, si era posible, por su reciente conducta en el asunto, y hacer las paces con el Ejecutivo. Su excelencia primero los recibió muy fríamente y con no pequeño grado de altivez, y con este aire los amonestó noblemente y los perdonó, de la manera más sensata y severa, pero con la calma más digna de él. El indio con cara de mula no quiso cenar con nosotros, pero lo hizo solo una hora después. No pude entender si esto se debía a su orgullo herido, a un sentimiento soterrado de venganza, o a estar avergonzado de sí mismo, hacia su país y hacia su protector y benefactor el general Páez, que no solo lo había ascendido, por su influencia, al rango que tenía, sino que, igualmente, en más de una ocasión (cuando decía estar en apuros) le había dado más de 2.000 dólares. El oscuro bruto mantuvo su mal humor y soledad, mientras que el capitán Mirabal pronto recuperó no solo su propia sonrisa, sino además la confianza y benevolencia de su ilustre jefe. El perdonado delincuente estaba verdaderamente radiante, con una expresión de felicidad.

1
111
111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111 111111
U