Durante toda la noche pasada la posada fue escenario de borrachera, peleas y confusión continuas. Se oían a gritos lenguas de todas las naciones, jurando e insultándose unos a otros, casi hasta el amanecer. La mañana siguiente me enteré por mi valet de chambre de que, aparte de los demás, el coronel Freudenthal y el propietario habían peleado y que este último, al derribar a su adversario, se había escondido del ebrio Hijo de Marte que clamaba venganza sable en mano. Pronto volvió la calma y el City Hotel no se vio perturbado hasta las 11, cuando oí un disparo de pistola y llamé inmediatamente al doctor Coxe para ver si había habido algún duelo, ya que se oyeron fuertes gritos de una voz femenina uno o dos segundos después. Mi amigo regresó pronto para decirme que el coronel se había levantado la tapa de los sesos. Lo encontró allí mismo muerto, en un estado horrible, con una pistola cerca de él sobre una silla y la otra en el suelo. En la mesa había tres cartas escritas por él a sus amigos de aquí diciéndoles que cuando las leyeran su autor ya no existiría. El desenfreno y todos sus vicios de juego y demás, parecen haberle llevado a este acto, al sentirse profundamente avergonzado al día siguiente de cualquiera de sus locas parrandas. El coronel Stopford dijo que este rasgo de su carácter era peculiar y no duda de que la desgracia de la noche pasada haya dado el golpe final a sus nervios y, se cree, a su razón. El propietario, como él, era alemán y había venido con las tropas extrajeras a este país con un rango bastante bajo. Por consiguiente, su pelea fue aun más dolorosa para la alta alcurnia germana, pues el fallecido soldado era de una excelente familia y había servido originalmente en la guardia hannoveriana y así mismo en España, con la legión germana. A este caballero, cuando me visitó varias mañanas atrás, le hablé de la persona en quien se ha interesado sir H. Müller y le di la carta referente a él, a saber Ernst Witten, un soldado que vino a este país bajo su mando. Salí en busca de casa: una o dos en alquiler, pero inconvenientes y caras: de 50 a 100 dólares mensuales. Quisiera estar ya fuera de esta detestable posada. Me siento algo mejor hoy; me dicen que es el efecto del agua, y como los recién llegados a San Petersburgo, es el precio que hay que pagar. A mediodía el termómetro marcaba 24°, una temperatura deliciosa. Las mañanas, antes de la salida del sol, son bastante frías.