Empecé a escribir mis cartas para Europa. La muerte del infortunado coronel hace mucho ruido fuera del hotel, pero reina la tranquilidad en el interior, cambio este muy bien recibido, si es que dura. Se le enterrará esta tarde con honores católicos y militares de modo que, como en los más civilizados países de Europa, aquí no se niega el enterramiento cristiano a los suicidas. Era protestante, pero el haberse encontrado entre sus papeles un certificado de que era católico le procura la ceremonia y la consiguiente seguridad de que por la noche la fanática población no se lo lleve y lo lance a los buitres, que merodean en multitudes alrededor de la ciudad. El certificado en cuestión (según le informó a uno de sus amigos pocos días antes de morir), se lo había comprado a un cura en Bogotá, cuando estaba en pie una negociación de matrimonio entre él y una dama nativa. Un muy respetable cortejo salió de la posada hacia las 6. Curas, gente y militares, con la pompa usual de los ritos funerarios. Algunos de los amigos alemanes del coronel le acompañaron hasta la tumba, y el doliente principal fue el dueño de la casa, que lo había derribado la noche del suicidio y a quien había mandado buscar varias veces, evidentemente, según dijo su propio sirviente, para dispararle, cosa que, al final, terminó haciéndose a sí mismo, pues había pasado toda la noche destruyendo gran parte de sus documentos y escribiendo unas cuantas cartas de adiós. El hecho de tener sus pistolas constantemente encima de la mesa y la forma airada y salvaje en que había enviado a buscar al maître de la maison, llevaron a hacer esta deducción. Pasé la velada en casa del coronel Stopford.