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Capítulo III La última estancia de Bolívar en Caracas
1827 enero 08 - julio 05
La última estancia de Bolívar en Caracas
1827 enero 08 - julio 05
Caracas

El presidente ha empezado a investigar los asuntos públicos, pues ha emitido una orden suspendiendo temporalmente el pago de los vales de todo tipo en la aduana. Ayer transcurrió sin mayores demostraciones de alegría: y el ruido ha disminuido bastante, supongo que porque se le ha acabado la pólvora a los negros. A continuación, copia de dos cartas cruzadas entre Páez y el Libertador antes de encontrarse en Valencia. La del héroe de la Revolución es simplemente una explicación de su conducta desde el 30 de abril, y la del presidente, escrita por su principal secretario pero dictada por él, es una exculpación total por haber obrado como lo hizo.

A. S.E. el Libertador; Presidente de Colombia, etc y etc.

Excmo. señor:

Cuando el 26 de Abril del año próximo pasado llegó la orden del Supremo Poder Ejecutivo comunicándome mi suspensión del empleo de Comandante General de este Departamento, y designándome en ella misma por sucesor en el mando al General Juan de Escalona, con la más pronta y ciega resignación di a reconocer en el ejército al sucesor nombrado, y desde aquel instante comencé a preparar mi marcha para Bogotá a sufrir el juicio del Tribunal que debía conocer de mi causa. Este es un hecho del cual no se puede dudar: consta en documentos irrefutables y la serie de sucesos posteriores sella su autenticidad. Mi marcha a la capital de la República fue la chispa que cayó sobre el reguero de pólvora que hizo la explosión del propio 30 de Abril y de donde han inferido mis calumniadores, que la reacción política que data de esta fecha, no tiene otro origen, ni fue tramada con otro objeto, que el de no responder a la Nación de mi conducta pública en el desempeño de la Comandancia General. No es este el lugar oportuno para extenderme en refutar imputaciones arbitrarias: yo consultaba mi conciencia y ella me dejaba tranquilo de las intenciones siniestras que la injusticia y la ingratitud me atribuyen; y preví desde el principio de las turbulencias, que llegaría un tiempo de serenidad en que calmado el grito de las pasiones exaltadas, podría dar cuenta a la Nación del exacto desempeño de mi cargo. Por eso en un manifiesto que di a luz sobre la ejecución del decreto del Poder Ejecutivo para el alistamiento de Milicias, dije al mundo entero: «Que no temía el juicio de la Nación ni de los hombres imparciales, que por el contrario, si algún día, libre de los compromisos que me ligan con Venezuela, tuviere la gloria de ser juzgado por mis operaciones en la Comandancia General, anteriores algo de Abril último, oiría con resignación la sentencia de los jueces y me someteré gustoso a todos sus resultados». Yo pienso, señor Excmo., que ha llegado esta feliz oportunidad: la autoridad de V. E. como Presidente de la República está reconocida en Venezuela: yo salvé esta misma autoridad de V. E. el día mismo que hice el juramento de no obedecer nunca más al Gobierno de Bogotá, y habiendo V. E. tomado sobre sus hombros la dirección de la República, el orden, la tranquilidad y la confianza han renacido. Es, pues, mi deber primero suplicar a V. E. que designe el tribunal o los jueces que deben ocuparse en conocer y juzgar de mi acusación: ella no está anulada, sino diferida para un tiempo de calma, de que ya felizmente goza toda la República a la sombra del poder de V. E., y a mí mismo no me sería satisfactorio continuar ejerciendo la autoridad superior de Venezuela con que me honra V. E. en su decreto de 1° del corriente, sin dar este público testimonio de mi obediencia y sometimiento a las leyes. Dios esté con V. E. Muy Excmo. Señor. Cuartel General en Valencia, a 3 de Enero de 1827 (firmado) José A. Páez.

El Presidente ordenó a Revenga, uno de los secretarios de Estado, contestarla como sigue:

A. S. E. el General en Jefe José A. Páez, Jefe Superior de Venezuela, etc.

Señor:

El Libertador acaba de recibir con júbilo indecible la sumisión de V. E. al Gobierno de la República. V. E. por este ilustre testimonio de consagración a Colombia y de respeto a las leyes, ha colmado la medida de su propia gloria y la felicidad nacional. El Libertador me ha dicho: —Ayer el General Páez ha salvado la República y le ha dado una vida nueva. Reuniendo las reliquias de Colombia, el General Páez conservó la tabla de la patria que había naufragado por los desastres de la guerra, por las convulsiones de la naturaleza y por las divisiones intestinas; y en cien combates ha expuesto su vida valerosamente por libertar el pueblo, que reasumiendo la soberanía ha dado sus leyes fundamentales. Estas son las leyes ofendidas: este es el pueblo que le debe gratitud y admiración. Hoy nos ha dado la paz doméstica. Vamos, como Scipión, a dar gracias al Cielo por haber destruido los enemigos de la República, en lugar de oír quejas y lamentos. En este día solo debe hablar la voz del gozo y el sentimiento de generosidad. El General Páez, lejos de ser culpable, es el salvador de la Patria—.

S. E., pues, me ordena decir a V. E. que conforme al decreto de antes de ayer no hay culpables en Venezuela por causa de las reformas, y que todo juicio sobre lo pasado es una violación de una ley sagrada que garantiza la salud de todos. Soy de V. E. con respeto, muy obediente servidor.

El Secretario General del Libertador, (firmado). R. Revenga.

Poco después de cruzarse esta correspondencia se fijó una reunión entre estos jefes, que debería realizarse en el punto más alto de la carretera que pasa por la cima de la montaña que domina inmediatamente el valle en el que está situada Valencia. El Libertador llegó en el momento fijado acompañado solamente por el coronel Wilson y otro oficial. Páez no estaba en el sitio, S.E., por lo tanto, bajó y se encontró con el jefe de Venezuela acompañado por un amplio estado mayor y 300 hombres en la retaguardia. En el momento en que vio al Libertador, desmontó al igual que lo hizo el presidente, y adelantándose se dieron un abrazo, y Páez exclamó: «¡Ay! Señor, estaba al borde de un precipicio empujado por enemigos ocultos bajo la máscara de la amistad y el patriotismo. Ud. extendió sus manos y me salvó del abismo en el que estaba a punto de caer, y me ha dado vida y razón». Siguió otro abrazo, y el que fue salvador una vez más de su país entró en Valencia en medio de la alegría y las aclamaciones, lanzándose así casi solo entre quienes unas horas antes (y quizá, muchos de ellos, todavía) eran sus acérrimos y envidiosos enemigos. Termómetro, 21 a las 7 y 23 a las 4. No ha llovido.

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