Abandoné la fragata esta mañana a las diez, e inmediatamente se hizo a la vela para su destino. Plegarias en casa del señor Hurry. Termómetro, 31 grados. Inicié mi regreso a Caracas a la 1 acompañado por el señor Balestier. Tomé la ruta que atraviesa La Guaira directamente por encima de las montañas más altas, que hoy día poco se usa. Pasa cerca de los fuertes detrás de la población, y es uno de los peores caminos que jamás haya pisado en país alguno: millas del más empinado ascenso al borde de precipicios casi perpendiculares, cuyas espantosas caídas se hacen más suaves para los nervios por ser boscosas, aunque el más mínimo paso en falso no le perdonaría la vida a hombre o bestia, aun en estas circunstancias. Lo que hacía peor el camino era que cuando habíamos pasado la más alta batería, a saber San Carlos, empezó a llover y el agua nos bañó hasta que llegamos a la cumbre de la montaña, cuyo estrecho camino nos llevó a la carretera alta del lado de Caracas, que arranca de un lugar donde se levantan las ruinas de un almacén antiguamente usado por los comerciantes de Goapuscoa #001-0278
Llegamos bien empapados a la ciudad, a las 5 y media de la tarde.