Nada nuevo, salvo lo referente al asuntito entre Cisneros y el coronel Burro Negro: parece que aquel, después de la ejecución que había hecho y teniendo por su parte varios muertos y heridos, temiendo que otras tropas pudieran hacerle pagar esta hazaña, volvió a su posición de Mariches, dejando a los mutilados suyos en el campo. No pude saber cuánto tiempo pasó sin que esta escena de muerte variase pero, de un modo u otro, al estilo del caballero gordo Enrique IV, Burro Negro paulatinamente recobró fuerzas, se levantó de la ensangrentada tierra, y no encontrando ningún enemigo sano, sino muchos heridos, se alzó, sangrando como lo estaba, mató a todos los ladrones que quedaban con vida, recogió las armas y otros etcéteras del desastre, los escondió cuidadosamente y luego se retiró del campo tan sigilosamente como se lo permitía su estado, y felizmente alcanzó a llegar a la ciudad de Santa Lucía. Este valiente, pues lo es de verdad, es quien ha hecho el relato anterior. Tuvo una buena oportunidad de abrillantar el relato de su resurrección, pero contrariamente a Falstaff, ninguno de los malvados caídos se levantó a darle pelea durante una hora antes de volver a caer vencido. No obstante, y a pesar de su bravura, hubo algo salvaje en extremo en la liquidación de los ladrones heridos.

Ocupado en responder a mis cartas de Bogotá. No ha llovido. Termómetro, 21° a las 7, 24 a las 12 y 23, a las 4. Velada en casa de O’Callaghan.