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Capítulo IV Páez, el hombre fuerte
1827 julio 06 - 1829 diciembre 31
Páez, el hombre fuerte
1827 julio 06 - 1829 diciembre 31
Subcapítulos
Caracas

Ni informes ni noticias de ninguna clase. Hice un delicioso paseo a caballo por los exuberantes valles a las 3 con mi secretario. La naturaleza de estas tierras en este período es más hermosa de lo que pueda imaginarse: como ya estamos un poco adentrados en la estación seca, el ardiente y crudo verde de las montañas, bosques y cultivos ha perdido gran parte de su intenso brillo y se ha reducido a un tono más majestuoso. Las hojas de muchos de los árboles y plantas ofrecen parcialmente los diversos tintes, en cada una, del verde, el escarlata, el anaranjado y el castaño oscuro. No recuerdo haber visto jamás, como ocurre entre nosotros (cuando el invierno nos ha congelado durante un mes), esas cosas que existen en silencio, desnudas de todo abrigo. Aquí presentan individualmente un epítome de la población del mundo: el infante, el joven, el hombre, el anciano y el muerto. Esta noche fui a casa del señor Lewis a escuchar un poco de música, tonadas que me recordaban las verdes hojas de mis años mozos, así como las que señalan la caída de otros ya idos, tan queridos míos. Los poderes de la música, o más bien de aires particulares, al tocar el alma, sobrepasan con mucho los de la pintura o la poesía. Son sensaciones ya no de este mundo, que se agarran del alma en el recuerdo de cosas y seres que ya no son, mientras que el disfrute (si así puede llamarse) que despierta el mirar el retrato de un amigo que ya marchó o el mecerse en un tributo poético a su memoria, no pasa de ser agradablemente entristecedor. Pero como he dicho antes, la una es de sensación celestial, los demás, de un modo u otro, no se despegan de esta tierra: por lo menos es lo que me dicen mis sensaciones más inconscientes con respecto a las que despierta este último disfrute. Termómetro, 19° a las 6, 22 a las 12 y 22 a las 4. Aquí termina el primer mes de 1828.

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