El general Páez volvió a posar para su retrato, y me ha salido mucho mejor de lo que esperaba. De veras, se le parece mucho. Comí con él en compañía de mi secretario el señor Lievesly. Todas las autoridades estaban presentes, pero gracias a Dios no hubo brindis ni interminables discursos. La comida salió muy bien, y Páez hizo igualmente bien los honores. Se ha recibido información de que un grupo de soldados que perseguían a Centeno fue sorprendido en un estrecho desfiladero de Río Chico, y que murieron 45 incluyendo su oficial, pero que el jefe de los insurgentes se había dirigido a las otras tropas que habían llegado pronto, con una petición de perdón, cosa que Páez había concedido una media hora antes de la comida. Por fin han llegado varios buques de Europa después de larguísimas travesías de 60 y 70 días, de modo que no puede tardar el paquebote. Ya está atrasado diez días. Pasé la velada en casa de O’Callaghan. Termómetro, 23° a las 7, y 24 a las 12 y a las 4.