Los actos de celebración de este día, el de san Simón y Bolívar, fueron los acostumbrados en estas ocasiones: el templo, los largos cánticos, las salvas —el único cañón disparado inmisericordemente— y un tedeum en la catedral. Por supuesto, todos los militares de las guarniciones y las autoridades civiles asistieron al divino servicio; pero el arzobispo no consideró exactamente correcto dedicar este día exclusivamente a san Simón y Bolívar, pues antes de empezar las ceremonias ordinarias de la iglesia, se dedicó a hacer [sic] cuatro sacerdotes, ceremonia esta que en la religión católica consume gran cantidad de tiempo, durante el cual la congregación pasó por todos sus altos y bajos. Pero la primera rama de los congregados que empezó a retroceder ante tantas sutilezas fue la de los militares, en masa, ante lo cual su ilustrísima, al verlos de pie en lugar de arrodillados, les soltó una filípica de carácter no muy clerical, a cuya conclusión todos y cada uno de ellos abandonaron la presencia del altar. El cabildo fue la víctima siguiente de la furia sagrada, pues una hora más de ceremonia inaugural puso también en rebelión a esta respetable corporación, y al caerles encima una segunda edición de la violenta reprimenda del mitrado jefe, salieron de la catedral con todo y maza, en parejas, abandonando así al obispo, curas, negros, varones y hembras, y una no despreciable cantidad de bien vestidas damas perfectamente arrodilladlas en sus alfombras. Se realizó la acostumbrada procesión del retrato bolivariano y el día entero se dedicó a desfilar y disfrutar, y la noche, a sentarse alrededor del templo fumando cigarros y mirando la música, pues no pasaban de 20 los que podían oírla. A continuación, copia de la carta dirigida por el general Páez al comandante de armas de Caracas, fechada en Valencia el 23 de octubre:
Por medio de la Secretaría de Estado y el Departamento del Interior y de Guerra, se me han comunicado el 26 del mes pasado las cartas oficiales que aquí acompaño:
En la noche de ayer, a las doce y media, el cuerpo de Artillería de la Guarnición de esta ciudad, seducido por algunos facciosos militares y ciudadanos, atacó la casa del Libertador Presidente y las guarniciones de los batallones Vargas y Granaderos. Forzaron la guardia en la primera y los conspiradores entraron para asesinar a S. E. Ya habían tomado posesión de la casa y podrían haber cumplido sus criminales deseos, si la Providencia que vigila los días del Libertador no le hubiera sugerido salir por una ventana y buscar seguridad. Poco después, el batallón Vargas dispersó a los rebeldes, y S. E. se le unió y extinguieron la revuelta. Lamentablemente, el coronel Ferguson, edecán de S .E. y el coronel José Bolívar, quien tenía la custodia del general Padilla, fueron asesinados, y el Subteniente Ibarra, herido. Unos pocos residentes de esta ciudad son los únicos civiles que estuvieron implicados en el horrible crimen, encabezado por los oficiales y tropa de Artillería. El resto de la población ha expresado el más vivo interés por la vida y preservación de S. E., quien no ha sufrido la más leve herida. Urge la máxima actividad y diligencia para el pronto castigo de los criminales, quienes en breve expiarán tan horrible crimen, que pudo haber sumido a la república en un abismo de males. Cuando V. E. haga públicas estas noticias, ordenará que en todos los cantones de las provincias bajo su mando se den gracias al Todopoderoso por haber salvado al Padre de la Patria de tan inminente peligro. Dios, etc.
Como consecuencia del antedicho acontecimiento —acontecimiento este que creo que, en cuanto a su objeto, ha sido intentado ya siete veces contra el Libertador, lo que debería hacerle por lo menos muy religiosamente agradecido a ese Dios que, tan a menudo, ha puesto su divino brazo entre Bolívar y la muerte, y que también debería fortalecer y duplicar sus esfuerzos patrióticos por la felicidad de su país, descansando firmemente en la creencia de que la Providencia lo conserva para un tan sagrado fin— lo que sigue es el decreto que emitió la mañana siguiente, fechado el 26 de septiembre de 1828:
El Libertador Presidente de Colombia, etc.,
Considerando:
Primero —Que la lenidad con que el Gobierno ha querido caracterizar todas sus medidas ha alentado a los malvados a emprender nuevos y horribles atentados:
Segundo —Que anoche mismo han sido atacadas a mano armada las tropas a quienes estaba encargada la custodia del orden del Gobierno, y el palacio de este convertido en teatro de matanza, y aun se amenazó con encarnizamiento a la vida del Jefe de la República:
Tercero —Que si no se detiene oportunamente el crimen, y se escarmienta a los perversos, en breve perfeccionarán la disolución y ruina del Estado:
Cuarto —Que en semejante caso sería culpable de esta catástrofe el Gobierno, por las restricciones que por el decreto de 27 de Agosto último puso en beneficio de los pueblos, a la autoridad de que ellos mismos voluntariamente me invistieron; de acuerdo, y a propuesta del Consejo de Estado, decreto:
Art. 1°—De hoy en adelante pondré en práctica la autoridad que por el voto nacional se me ha confiado, con la extensión que las circunstancias hagan forzosa.
Art. 2°—Las mismas circunstancias fijarán la duración de esta extensión de autoridad.
Art. 3°—En su virtud, el Consejo de Estado me consultará las medidas que en su opinión exija el bien público, expresando su mayor o menor urgencia.
Art. 4°—Cada Ministro Secretario de Estado en su respectivo Despacho, queda encargado de la ejecución de este decreto. Dado y firmado de mi mano, y refrendado por el Ministro Secretario de Estado en el Departamento del Interior, en Bogotá, a 26 de Setiembre de 1828.—18. Simón Bolívar.
El Ministro de Estado en el Departamento del Interior. J. Manuel Restrepo.
Una gran cena en casa del general (exmarqués) del Toro en honor de esta fecha. Mucha gente hablando y presumiendo... y mucho ajo. Fui andando a casa después de la fiesta, que se celebró en Anauco, a unas dos millas de distancia. Atravesé la tranquilamente animada plaza, toda luces y populacho, pero ni una palabra dicha, ni un soplo de aliento, salvo el necesario para fumar los cigarros. Durante la noche, hacia las 4, un violento y ruidoso temblor de tierra, pero ya me acostumbré a darme la vuelta y seguir durmiendo.