Llovió mucho y sopló huracanadamente toda la noche, y a pesar de que la luna había cambiado el 22, todavía no había señales de cambio de viento. Hoy era el cumpleaños del rey, y se habían hecho todos los preparativos para celebrarlo como Dios manda, pero, lamentablemente, el viento impidió cualquier celebración que no fueran los saludos y las comidas. Ya había sido invitado a más de una de estas comidas reales, pero preferí comer con mi querida hermana en nuestro hotel, limpio y casero, y lleno de paz, donde disfrutamos plenamente: primero brindando a la mejor salud de su majestad (que buena falta le hace) y luego a la de nuestras queridísimas de Esher. La noche fue muy borrascosa: viento y lluvia.