Otro terrible temblor de tierra a las 5 de la mañana: uno de los más fuertes que recuerde desde que llegué en 1825. El ruido explosivo después de sacudirse la tierra fue como el rugido de mil cañones. Tronó y llovió la mayor parte del día. A las 4, después de haber encaminado los restos de la pobre señora Alderson hacia su lugar de eterno descanso, el señor Lievesly, el coronel Smith y yo nos fuimos allá y encontramos muchas personas reunidas, extranjeros y nativos por igual, y a las 5 y media leí las oraciones fúnebres correspondientes ante el cadáver. Viendo que se había hecho todo lo que se podía hacer, antes de regresar a las 9, fui a visitar a la familia en su mar de lágrimas, que espera con pena y ansiedad el regreso del señor Alderson de una finca lejana llamada Curiepe: ¡qué triste y desgarradora escena será la del reencuentro! Que el cielo les dé toda la fuerza y resignación necesarias para soportar como es debido esta pérdida cruel. Mi pobre difunta madre y mis amadas hermanas estaban dentro de mi corazón durante las horas de sufrimiento que he experimentado en el curso de este deplorable asunto.