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Capítulo VIII En los Llanos de Apure
1832 octubre 27 - noviembre 30
En los Llanos de Apure
1832 octubre 27 - noviembre 30

A las 4 de la mañana estábamos en camino, dirigiéndonos por la llanura hacia el sudoeste. La riqueza de sus pastizales y los numerosos rebaños de ganado pastando por todos lados presentaban el mismo cuadro que el de la marcha de ayer. El número de palmeras aumentaba y la faz de la tierra, ya que los troncos no estaban rodeados de maleza, parecía más interminablemente llana. Pasamos varios lugares pantanosos, así como algunas lagunas, alrededor de las cuales revoloteaban innumerables pájaros, mientras miríadas de los de aspecto de cigüeña andaban con paso majestuosamente militar entre los juncos bajos y las plantas acuáticas. Sus largas patas y picos, su cuello erecto y su plumaje perfectamente blanco les daban la apariencia, en la distancia, de grupos de personas vestidas de blanco 1(Garza blanca [Casmerodius albus]) Después de cinco leguas de búsqueda dimos con una pulpería (nada más que una choza), llamada Mori-chaud 2(Morichal o bosque de palmas de moriche [Mauritia flexuosa]), donde hicimos un excelente desayuno con cacao y plátano asado. A las 11 volvimos a montar, y conforme íbamos avanzando gradualmente los árboles de bosque volvieron a tomar su ascendencia como característica de la faz de la naturaleza. Pronto se hizo aparente la causa al encontrarnos en las cercanías de los sinuosos meandros del rápido Guárico. Al acercarnos a sus orillas entramos imperceptiblemente en una zona boscosa y a poca distancia nos encontramos empantanados en el camino más malo y fangoso que haya visto en todos mis viajes: dos millas enteras de este detestable barrizal, que nos vimos obligados a pasar a gatas, hasta que por fin llegamos a la orilla del río. Pero me dicen que este es el estado invariable de los caminos cerca de esta fuerte corriente. Incluso hasta ya entrada dos semanas la estación seca, estas dos millas las recorren en canoa las personas que quieren ir a la ciudad de Calabozo. De hecho, cuando está en su apogeo la época de lluvias, la gente recorre en canoa por lo menos cinco o seis millas de este lado del Guárico. En todo momento, así como está ahora, solo se puede llegar a la ciudad en una canoa que lleva a la gente, mientras los animales nadan a remolque detrás de ella.

Cuando llegamos al lugar de embarque el Guárico todavía corría rápido, rugiendo en furia aumentada por las aguas de los afluentes que se abren camino hasta su lecho, no solo desde los llanos adyacentes, sino también desde las montañas distantes. Este río nace en esa cordillera al sur del lago de Valencia, y después de un tortuosísimo recorrido de innumerables leguas, cae dentro del Orinoco, pero es preciso decir que sus aguas se hallan adicionalmente aumentadas a unas seis leguas de distancia por las del Orituco, y cuando las lluvias anuales llevan a estos dos ríos más allá de sus límites normales, los habitantes de los alrededores, junto con su ganado, tienen que ir a refugiarse en las partes más altas de los llanos, donde residen hasta que «bajan las aguas» y pueden regresar a sus antiguos lugares de pastoreo.

Nos transportaron por el Guárico, con equipaje, sillas de montar, etc., etc., en una larga canoa, caballos y mulas nadando a sus costados, que a mí me parece una operación no poco peligrosa. Para las dos y media de la tarde, estábamos instalados de lo más cómoda y hospitalariamente chez don Ramón Palacio 3(Ramón Palacio, miembro de una familia patriota de Barinas. El más prominente de sus miembros fue Manuel Palacio Fajardo, quien publicó en Londres: Outline of the Revolution in Spanish America, obra de propaganda en favor de los patriotas, editada en París, en Nueva York y en Hamburgo. La primera edición en español es de 1953 [X Conferencia Interamericana. Secretaría General]), gobernador civil del lugar. Calabozo alguna vez fue una ciudad de importancia considerable, aunque su fundación es reciente, y debe su existencia, o mejor dicho su rango, a la Compañía Guipuzcoana a principios del siglo pasado. Sin embargo, su origen es mucho más antiguo si se acepta su establecimiento como un pueblo indio que gradualmente aumentó por el hecho de que los españoles se establecieron con los nativos a fin de vigilar sus rebaños de ganado que pacían en la mesa cercana. Aquí el calor es grande en todo momento: ahora el termómetro marca 32 grados. Humboldt sitúa la población a 8° 56' 8" Latitud [Norte], y 70° 10' 40" Longitud Oeste de París, y cuando lo visitó, su población ascendía a 5.000 almas, reducidas ahora a 2.000. En sus alrededores hay varios pueblos bonitos, todos los cuales son misiones, cuyos primeros habitantes eran indios puros, pero ahora se han mezclado con negros y zambos. La gran causa de la ruina y éxodo de la población fue la guerra y sus horrores durante la larga lucha independentista. El destino lo puso ora en manos de los españoles, ora en las de los patriotas, de modo que se solicitó con tanta frecuencia la opinión del pueblo para que expusiera de verdad o mintiendo de qué bando eran sus amos emigrados, que el resultado fue la masacre de su población masculina, ora por estos, ora por aquellos. Centenares y más centenares fueron fusilados a diario en la plaza, y ni siquiera se salvaron las innumerables mujeres. Así que, expuestas a cambiar de poseedores y, con frecuencia, ganadas como resultado de combates sanguinarios, ruinas de grandes mansiones y de iglesias imponentes señalan los tristes resultados [de la guerra] y los vestigios de años más espléndidos. Sin embargo, en este momento parece verse cierto regreso de la prosperidad, que deberá aumentar, siempre y cuando el estado actual de las cosas en Venezuela siga ininterrumpido.

La posición natural de Calabozo, y el tan rápido aumento de los vastos rebaños de ganado, con la ayuda de la gran carretera que desemboca directamente en el corazón y toda la extensión de los llanos de Apure, no puede dejar de llevarlo, en cosa de pocos años, a un mayor grado de importancia, como ciudad, que cuando estaba bajo la bota de la monopolizante Compañía Guipuzcoana.

El sistema de vida, en cuanto a horario, en casa de mi anfitrión era: desayuno a las 9, comida a las 4, con lo que se cerraba el número de comidas diurnas (por lo menos hasta donde yo podía observar). En ambas comidas se servían montones de carne, pescado y vegetales, asados o hervidos, junto con gran abundancia de vino, blanco y tinto, cerrando la ceremonia con café o chocolate. Antes de sentarse a la mesa una esclava negra pasaba una palangana de agua y una toalla para mojarse los dedos, cosa que, a mi modo de ver, debería de hacerse mejor después que antes. Como no presencié ninguna otra reunión masticante, por ejemplo en forma de cena (cosa que es común en las familias), supongo que todos los nativos se contentaban con una taza de chocolate y un trozo de queso casero tragados con un vaso de agua, que suele ser la bebida que cierra la boca para la noche. Mi anfitriona mostraba no pequeños rastros de haber sido bella, pero la falta de costumbre de limpiarse los dientes por la mañana o por la noche en este mundo, había dejado los suyos en estado poco envidiable; y además abandonaba su persona a los descontrolados movimientos de la naturaleza, llevando puesto solo un traje de tipo camisón, bastante abierto por la espalda, que a veces le resbalaba por un hombro, exponiendo ocasionalmente la carne hasta la cintura, sin que ello diera ninguna prueba más, hasta donde yo no podía dejar de ver, de cuidado personal o aseo, de lo que mostraba su hermosa boca sonriente. Era lo que en Europa se llamaría todavía joven y fascinante, no mayor de 28 años. Era bastante agradable en sus modales y ardientemente hospitalaria, al igual que su digno esposo don Ramón. Tenía tres niños pequeños. El mayor, una niña bonita de unos cuatro años, era el único que se sentaba a la mesa, cosa que hacía en la plena desnudez de la naturaleza aborigen, porque, la verdad sea dicha, papá, mamá y la prole eran perfectos indios en cuanto a color, pero no de raza, como le ocurriría a cualquiera que se pasara la vida es esta ardiente porción de Venezuela. El calor es absolutamente intolerable, y no me sorprende que quienes puedan hacerlo se quiten la ropa hasta donde puedan, solo evitando convertirse en Adanes y Evas. Esta costumbre inconsciente de exposición debida al clima, habitúa a ambos sexos a mirarse sin vergüenza y de la manera más natural, pero para ojos no educados como los míos, debo decir que había momentos en que la vergüenza me los hacía cerrar, hasta que a la larga, no viendo en los demás ni un rastro de esta, me acostumbré a mirar a esta dama transatlántica, durante el día, sin ceremonia ni parpadeo. Esta tarde tuve la visita del señor Santiago Rodríguez 4(José Santiago Rodríguez [1795-1874] ocupó cargos destacados en la administración pública tanto de la República de Colombia, como de Venezuela, una vez disuelta la primera. Participó en la Convención de Ocaña y fue partidario del Libertador. Desilusionado por los resultados de la Convención, viaja a Estados Unidos y Europa. Luego, en 1836, formará parte del gabinete del presidente José María Vargas. Es autor de un diario publicado por su nieto en 1934 con el título de Memorias relativas a la Convención de Ocaña), juez de letras, o juez principal de la ciudad. Este caballero había pasado dos años en Inglaterra y Francia, los del 29 y 30. Yo le había conocido durante su visita. Habla ambos idiomas y es un hombre honesto de altos principios, cosa bastante rara en este país. Es un entusiasta admirador de todo lo inglés, y limpio en cuanto a modales y costumbres: ¡¡todo un europeo!!

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