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Capítulo VIII En los Llanos de Apure
1832 octubre 27 - noviembre 30
En los Llanos de Apure
1832 octubre 27 - noviembre 30

Esta mañana a primera hora fui a ver unos lugares refrescantes, llamados «los baños», situados entre ciertos bosques en la Mesa de Calabozo, no lejos de sus «misiones». En el camino pasamos cerca de un «conductor de rayos» construido por la persona científica de que habla Humboldt, el señor Carlos del Pozo, que se reunió con sus padres hace mucho tiempo, pero quedó como monumento útil de conocimientos filosóficos. A no más de una milla de distancia don Ramón ha construido una guía eléctrica similar. Los «baños» resultaron ser amplias lagunas dejadas por las lluvias, alimentadas constantemente por los inagotables hilos de agua que rezuman de los lados del serpenteante barranco donde se hallan las lagunas, que están conectadas por una diminuta corriente de agua que se alimenta igual y que, a la postre, va a parar al Guárico, que está a poca distancia.

Tres o cuatro sitios de estos, frescamente sombreados, solitarios y atractivos, se han convertido en los lugares de esparcimiento de moda entre los sudorosos habitantes de Calabozo. Su situación verdaderamente romántica, enclavados como están entre bosquecillos densos, los hace particularmente refrescantes y, sin duda, restauradores.

Me dijeron que la temperatura del agua era caliente, y que nunca variaba, y por cierto que, aunque bien protegida de los rayos del sol, no era tan fresca como pudo haberse esperado, y bien puedo creer que nunca difiere, en ninguna estación, pues toda la tierra que la rodea está tan completamente abrasada, que lo que rezuma tiene que ser forzosamente caliente. Metí la mano en las distintas lagunas, pero hasta donde pude juzgar, su temperatura era la misma que la del Guárico cuando lo atravesé. Al regresar a casa nos esperaba un desayuno de lo más opíparo, y después de descansar en mi hamaca casi todo el resto del día, una vez hecha la segunda comida, igualmente abundante, salimos a caballo a visitar la misión llamada «de los Ángeles», a una legua aproximadamente. Su situación le permite dominar la vasta llanura sobre innumerables millas hacia el sudeste, y es un a vista maravillosa. En el distante horizonte de los llanos, en dirección a Barcelona, se levantan cadenas de altas montañas, mientras que más hacia el sur, estos vastos montones se funden en el horizonte parecido al océano de los llanos inferiores, cuyo imponderable seno se extiende sobre centenares de leguas, incluso hasta los confines de Pasto, más allá del Ecuador. Unos doscientos pies por debajo de la masa elevada donde nos encontrábamos, podían verse los plateados meandros del Guárico destellando en el sol, mientras sus aguas fluían por la ancha banda de bosque negro que se extendía por los amplios espacios del llano, añadiendo gran belleza e interés a la escena. Si aumentan la prosperidad y la población, ¿qué no tendrá que ofrecer este escenario dentro de cien o ciento cincuenta años? Tiene capacidad natural para rivalizar con la famosa vista inglesa de Richmond Hill. La misión posee una iglesia pequeñita dedicada a la «Reina de los Ángeles» (quienquiera que sea), y un cementerio aun más pequeño, que señala una cruz de madera situada en el centro. No vi nada parecido a tumbas, y me dijeron que eran raras las muertes, aunque yo diría que los entierros. El Guárico corre por debajo de este lugar de enterramiento, de modo que para evitar molestias (en las horas cálidas) sus aguas seguramente recibían los restos de los habitantes del pueblo más a menudo que la tierra consagrada. Los hambrientos caimanes que rondan por el lugar pronto se encargarían de convertirse en ataúdes flotantes.

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