A las 6 vino a verme el Sr. Williamson, el encargado de negocios americano, para decirme que anoche a las 11 Vargas y Narvarte habían sido enviados a La Guaira, pero no sabía si era para embarcarlos a Saint Thomas o retenerlos allí. Quedamos de acuerdo en que monsieur Mehelin, cónsul francés, el de Hamburgo el señor Gramlich y yo mismo, nos encontraríamos en casa del señor Williamson a las 11, a fin de tomar decisiones sobre ciertas cuestiones relativas a la seguridad de los distintos súbditos y ciudadanos de nuestros respectivos países, puesto que el poder principal está ahora en manos del general Ibarra hasta la llegada de Mariño quien, a pesar de todo, se dice que viene. A las 7 recibí carta del señor Lord en la que me dice (con fecha de ayer) que a las 6 de la tarde el bando (que se publicó aquí esta mañana) fue proclamado en La Guaira, pero sin brillo alguno, solo las voces de algunos muchachotes. Se pidió al gobernador militar del lugar, así como a las autoridades, que reconocieran el orden de cosas, agregando que, si no lo hacían, se enviarían tropas para tomar posesión a la fuerza; y que también debía de tenerse lista una nave para recibir a aquellos individuos que pudieran ser expulsados del país. Supongo que todo fue aceptado: la municipalidad permanece neutral. Acabo de enterarme de que la razón que tenía el general Mariño para no venir a Caracas al primer llamamiento fue la de que mientras el presidente y vicepresidente eran enviados fuera del país él permanecería en La Victoria, acto este que ya ha tenido lugar, puesto que el Trimmer (la goleta del señor Ackers) había sido requisado para este propósito y, sin duda, zarparía hoy. A las 11 nos reunimos los cuatro agentes extranjeros en casa del señor Williamson, y redactamos y firmamos un documento oficial dirigido al general D. Ibarra, solicitando una respuesta oficial a la pregunta de qué garantías se darían, en el estado existente de cosas, a las personas y propiedades de los ciudadanos y súbditos extranjeros. Se le escribió una nota para saber a qué hora nos iba a recibir, y se fijó la de las 3 en la casa de Gobierno, donde se celebró debidamente la reunión. Nos dio todas las seguridades acostumbradas (las mismas que las de Briceño Méndez), pero agregó que no podía darnos una respuesta escrita oficial, porque se esperaba la llegada en cualquier momento del general Mariño, que se haría cargo del mando principal, y era de él, de quien debíamos recibir el oficio solicitado. Nos despedimos: todo tranquilo y mortalmente silencioso en la ciudad. Ni una tienda, ni una puerta abierta.