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Capítulo IV Páez, el hombre fuerte
1827 julio 06 - 1829 diciembre 31
Páez, el hombre fuerte
1827 julio 06 - 1829 diciembre 31
Subcapítulos
Los Teques - San Pedro - Las Adjuntas

A las 8 de la mañana me dirigí a los aposentos del general y cuál sería mi sorpresa al encontrar la mesa que había dejado la noche anterior a las 9 rodeada todavía por una multitud de nativos y oficiales, jugando. Habían pasado la noche en esto. Este es el vicio predominante de la nación, y es esto lo que la ha desmoralizado y seguirá haciéndolo hasta que la educación y la industria le pongan fin. Había muchachos de 16 y 18 años entre los jugadores arriesgando sus pocos reales y los sirvientes negros y los muleros también entregaban sus centavos a la suerte de las cartas —de modo que había igualdad—, pero tengo que reconocer que mientras estuve en el cuartel general ni el general ni su consejero principal y secretario doctor Peña se unieron al juego, a pesar de que ambos tienen una pasión por él. Desayunó a las 7 y después interrogó a los prisioneros, quienes dieron pruebas suficientes para demostrar la culpabilidad de varios de los hombres principales del pueblo, que habían estado directamente relacionados con Cisneros, sobre todo uno de ellos, que le había suministrado varias cargas de municiones. Las personas acusadas serán enviadas a Valencia para mayor investigación. El general ha adoptado un plan de ataque y persecución del cabecilla de los ladrones, que llevarán a cabo unos 200 indios nativos (que se han ofrecido como voluntarios y ya están acuartelados en Caracas). Esta gente, por su conocimiento de las zonas montañosas, se compromete ya sea a hacerlo preso o a sacarlo a campo abierto, donde estarán estacionadas bandas de tropas regulares en distintos puntos, a fin de interceptarle en su retirada, si es que las fuerzas aborígenes no logran capturarlo. Este es el último método, y el único que tiene probabilidad de éxito. Si lo tiene, el general Páez merecerá gran crédito por haber adoptado el procedimiento. Me despedí de este jefe patriota a la una de la tarde y, siguiendo las indicaciones del coronel Stopford, acompañado por el señor Mocatta, emprendí el retorno vía la pequeña población de San Pedro, situada en la carretera de Valencia. Como bien se supondrá nos perdimos, y anduvimos por esas montañas, subiendo por sus empinadas laderas y bajando por sus precipicios, pasando por sus frondosos barrancos y siguiendo los senderos de vacas durante más de dos horas y media, cuando accidentalmente dimos con una pequeña extensión de agua, cerca de la cual había una casita. El hombre que vivía en ella nos dijo que estábamos a una buena hora de camino de San Pedro y que nos habíamos alejado del valle de Los Teques demasiado pronto, y se ofreció a servirnos de guía y, en cosa de media hora, nos puso en la gran carretera de Valencia a una milla en este lado del pueblo. La mayor parte del camino hacia Caracas la hicimos por una excelente carretera, subiendo y bajando casi todo el tiempo, pero en bajada general, hasta llegar aproximadamente a una milla de Las Adjuntas, donde se convierte en el camino más villano, duro, pedregoso, empinado y peligroso por el que haya pasado desde que estuve en el Curdistán al cual, por cierto, este país se parece muchísimo, tanto así que el viaje de estos dos días casi me transportó en imaginación a aquellas salvajes regiones. La misma sublimidad, la misma fertilidad, la misma capacidad; y el mismo semblante salvaje y asesino. Seguimos camino; en Las Adjuntas probamos huevos con ginebra en la pulpería, y mi Columbus estaba tan cansado que creí que se iba a parar allí a pasar la noche. Pero con media hora de descanso, un poco de maloka [malojo], aliviado del peso de la silla y los accesorios que son requisito absoluto en un país como este (pistolas, capa, y bulto) pronto se repuso, y después de haberlo vuelto a cargar con todo y conmigo por encima, salimos trotando hacia Caracas, adonde llegamos a las 8 de la noche, ambos muertos de cansancio y de hambre. La comodidad de mi casa pronto nos reanimó y al iniciarse un nuevo día, amo y caballería estaban listos para otra expedición estilo llanero.

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